Un día sí, y otro también, los aviones no tripulados de EE.UU., los archiconocidos drones, bombardean territorio paquistaní. Quienes habitan el convulso territorio cercano a la frontera con Afganistán, al parecer eligieron el lugar equivocado para nacer, porque sin el menor pudor Washington los convierte a fuerza de bombas en «daños colaterales».
No importa cuántos mueran, que los sofisticados aparatos conviertan una reunión de ancianos en un blanco «lícito» (quienes los comandan pensaron que eran enemigos), o que el Gobierno paquistaní —más allá de las alianzas estratégicas— proteste. Desde el Norte lo multiplican todo por cero. Los medios de comunicación le siguen el juego a la macabra operación.
Más de 2 000 inocentes han muerto como consecuencia de las incursiones de los drones desde 2004. Un nuevo estudio calcula que los ataques con drones estadounidenses mataron a 957 personas en Paquistán solo en 2010, según Democracy Now, medio alternativo de información. En uno de los últimos ataques murieron 40 personas.
Vidas truncas, solo porque para Washington en las montañas paquistaníes se refugian quienes les hacen la guerra en Afganistán. A diez años de aquella cruzada contra el terrorismo iniciada por Bush, lo cierto es que están lejos de solucionar los problemas de aquella nación centroasiática, lo mismo que en Iraq o cualquier otro sitio adonde fueron sus «salvadoras» intenciones.
Desde el verano de 2008 las operaciones se han incrementado y también el saldo de civiles que perecen cada vez que un drone cruza la frontera para liquidar a sus enemigos, quienes terminan siendo niños, mujeres, ancianos, inocentes sin distinción.
Y como si los aparaticos no tuvieran mucho trabajo ya en esa zona, probada su efectividad, son enviados a matar a Libia o a patrullar la frontera entre México y EE.UU., que el sueño americano es solo para algunos «privilegiados».
Según el periodista Rick Rozoff, el primer vehículo aéreo «cazador-asesino» sin tripulación, el Predator, fue utilizado por el Pentágono en Bosnia en 1995 y después en los 78 días de la guerra aérea contra Yugoslavia, en 1999. Si bien fueron diseñados originalmente para vigilancia, los norteamericanos desde el 2001 los han empleado para identificar y matar objetivos humanos. La lista es bastante extensa.
El Gobierno paquistaní ha solicitado en varias ocasiones a Washington que se abstenga de estas incursiones, porque agigantan el sentimiento antiestadounidense en la población, pero es mucho más, a fin de cuentas; los drones también parten desde una base que estaría ubicada en la sudoccidental provincia paquistaní de Balochistán.
Expertos internacionales sostienen que las autoridades no han sido lo suficientemente contundentes en sus posturas frente a EE.UU. Algunos sectores de la población paquistaní tienen la percepción de que la Casa Blanca cuenta con cierta anuencia para la barbarie. Hace solo una semana, decenas miles de personas protestaron contra los ataques estadounidenses en las afueras de Peshawar y bloquearon los suministros de la OTAN que atraviesan el territorio para abastecer a las tropas desplegadas en el país vecino.
Lo peor es que ahora los drones están de moda. Fueron usados a modo de experimento en Afganistán y Paquistán, pero a estas alturas, y como dicta la guerra, ya están afianzados para continuar su producción y, por tanto los bombardeos, estela de muerte y destrucción. En el particular idioma de Washington puede tomar giros tan cínicos como «guerra contra el terrorismo» u «operación para proteger a civiles libios». Tal vez ahora mismo alguno esté haciendo de las suyas allá, tan lejos de las fronteras estadounidenses. Tanto en Afganistán, Paquistán o Libia tienen operaciones seguras, y si acaso escasearan, fabricarían nuevas justificaciones. No por gusto con ellas se sostiene el complejo militar industrial estadounidense.