Desde una comunidad indígena llamada Nabasanuka, en Delta Amacuro, Venezuela, me escribe a menudo Marcus Dutra, joven médico brasileño formado en la ELAM. Está feliz de servir en uno de esos pueblos de cuya existencia no sabíamos —en realidad no sabríamos— nada, de no ser por las circunstancias que lo llevaron a él, y antes a otros como él, hasta el delta del majestuoso Orinoco: la Revolución Bolivariana y el horizonte infinito de los sueños cumplidos de Fidel.
Los correos de Marcus tienen cierto parentesco con los de un grupo de jóvenes italianos a quienes conocí el pasado año durante una conferencia solidaria. Lo que habían leído sobre la Brigada Henry Reeve en Pakistán y otras regiones devastadas por fenómenos naturales, los inspiró a fomentar un hermanamiento. Querían aprender de los nuestros el arte de devolver energías y esperanzas, porque es lo que hubieran querido para los damnificados del terremoto de L’Aquila, que en abril de 2009 dejó cientos de muertos en esa zona del centro de su país.
Liurka Rodríguez, colega y diplomática en Haití también llena mi buzón de relatos sobre la desafiante realidad de esa nación, donde Cuba, médicos y ELAM son enorgullecedores signos de distinción humana para con un pueblo al que otros solo les reservan armas, desprecio y si acaso piedad y limosnas.
Conozco bien los rostros que Gladys Rubio y el Loquillo nos trajeron a casa en su conmovedor documental sobre la proeza más reciente en Haití. Los he visto antes en otros reportajes de mis colegas en los cinco continentes. Los he tenido cerca en los cerros de Caracas y en los áridos valles bolivianos. Me han conmovido hasta las lágrimas, al verlos mirar una y otra vez las fotos y las cartas de sus hijos, colgadas en la pared de los cuartos improvisados a miles de kilómetros de sus casas, donde están haciendo historia sin ellos mismos saberlo y casi siempre sin que el resto del mundo lo sepa.
Como ha escrito Fidel, es valiente y osada la periodista británica que los llama héroes. En nuestra aldea global, donde la heroicidad parecía haber quedado para los libros y las leyendas y donde la publicidad persistente y machacona entretiene y estupidiza a millones, invitándolos a ser y parecerse a las estrellas del cine y si acaso a las del deporte; meterse hasta en el lodo para jugarse la propia vida salvando otras, parece cosa de misioneros locos, que los mass media no están interesados en mostrar porque no cumplen con sus patrones de belleza.
Porque no hay que hablar o pensar en pasado sobre el silencio o la subestimación de la heroicidad verdadera. Los poderosos seguirán escondiendo esa verdad mientras puedan, porque ella guía al mundo en el sentido inverso a como lo han encaminado ellos, los que hicieron de la medicina y los medicamentos negocios florecientes y artículos de lujo, una real vergüenza para esta que se supone civilizada época.
Muchos que escriben sus comentarios bajo las Reflexiones de Fidel, se preguntan cómo es que su autor no ha ganado ya un Premio Nobel por esa idea maravillosa que, viajando en sentido contrario a las tendencias egoístas y depredatorias que impuso el mercado al planeta, mejora y cura, ennoblece y salva, no a cientos sino a millones de personas, sin distinción de etnia, clase social, edad, ideas.
¿Habrá que esperar otro siglo quizá, para que se premie lo justo, lo humano, lo verdadero? Para entonces, será bueno que anotemos ahora, en las crónicas nuestras, tal y como los contadores apuntan en sus libros de deber y haber, lo que mañana deberá reconocer la Humanidad.
Dejemos asentado que, como hace medio siglo, Fidel fue el Hombre del Año 2010. Porque regresó como Ave Fénix, renacido y vital, sacudiendo al mundo con premoniciones que solo no se cumplieron por su oportuna advertencia. Y que entró al Año Nuevo haciéndonos ver lo que se hace y lo que está por hacerse aún en materia de sensibilidad y compromiso con las vidas que otros consideran olvidables porque nadie paga por ellas.
Sí, Fidel fue el Hombre del Año en el mundo, como Raúl fue el Hombre del Año en Cuba, con la sacudida que nos viene dando a todos para que se salve con nuestro proyecto de sociedad más humana, esa que otros Hombres y Mujeres del Año —médicos y médicas, enfermeros y enfermeras, terapeutas físicos y del alma— en cualquier rincón del planeta expanden con su esfuerzo, como prueba de que es posible salvarse y salvar al mundo del egoísmo, esa epidemia que lleva siglos expandiéndose y seguramente costará otros siglos vencer.