Galletas dulces. Eso fue lo que, sin rodeos ni tapujos, nos ofreció un muchacho aquella fría tarde. Mi colega Alina y yo salíamos del trabajo, «heridas» por el hambre, y ella se «derritió» de repente cuando vio la gigantesca bolsa de galletitas dulces que el joven llevaba en sus manos. Y esta fue la respuesta a su piropo:
—¿Por qué no nos regalas dos o tres?
Y él, apenado y dadivoso, hizo una proeza digna de Hércules para zafar rápidamente el nudo del nailon que recién había comprado porque «no faltaba más, a muchachas tan lindas como ustedes les doy dos, tres y muchas más».
Así ese joven llenó nuestras manos de galletas y nuestros corazones de alegría, porque en un instante nos convencimos de que la bondad del ser humano todavía no se ha extraviado. Continuamos caminando, saboreando las galletas salvadoras de aquella tarde y seguras de que no podíamos dejar de escribir lo que nos había pasado.
Por eso le hago caso a Alina, soñadora periodista, y escribo. Resulta realmente conmovedor que a las personas, sin conocerse, sin saber los nombres, los orígenes ni a qué se dedican, todavía solo les baste tropezarse en el mismo camino, intercambiar miradas y compartir sonrisas para tenderse la mano, si así fuera necesario.
Quedamos convencidas también aquella tarde de que en esta Isla, aunque «apriete mucho el zapato» y en otros televisores se diga lo contrario, nunca faltará quien brinde lo que posea para multiplicar, si no los panes y los peces, al menos la certeza de que nunca estaremos solos.
Y hablar sobre esto viene muy bien ahora, cuando se acercan las celebraciones por el fin de año. Oportunidad para los deseos, las aspiraciones, las esperanzas, los planes, todo ese balance que se genera bajo el halo místico que ofrecen los días de diciembre sobre lo bueno y lo malo que hemos tenido.
Es el momento del año en el que la gente se abraza, se besa, se desea salud y prosperidad y se olvida de los rencores, las discusiones y los contrapunteos que hayan tenido en el transcurso de los 365 días que acabarán en breve.
Por eso creo que eso es lo verdaderamente reconfortante de estas fechas: que la gente se desprenda de todo lo que puede agobiarle y no escatime en muestras de cariño, en generosidad, en bondad desmedida, en felicidad compartida e, incluso, en unas galletitas dulces que en medio de piropos electrizantes son puestas en manos desconocidas y regaladas con amor.
Eso sería lo mejor de este fin de año, que nos regaláramos cuanta bondad pudiéramos, sin reservas. ¿Qué mejor bienvenida para el 2011?