El camino es árido. La lluvia se esconde. Las rocas desnudas. Caimanera es la salina de Cuba. El sol reverbera en las montañas de sal. Dicen que hasta los muertos entran aquí en salmuera; pero estas no son las minas de Wieliczka. Para llegar a Caimanera se necesita un permiso especial. En Guantánamo está la única frontera terrestre de la Isla.
En un pedazo, en un enorme pedazo de su bahía, está la Base Naval de los Estados Unidos. Más de un centenar de kilómetros cuadrados arrancados a Cuba en un tratado leonino: la Enmienda Platt, impuesta a la Constitución con las cañoneras al doblar.
Guantánamo es la Vieques, la Okinawa de Cuba. Está en boca de todos, no por la sal generosa de la naturaleza, ni por sus aguas; sino por la tortura y el engaño de Guantánamo Bay.
Desde la Loma de Malones, de este lado de la cerca divisoria, más acá de la «tierra de nadie», no puedo alcanzar las celdas; pero desde la Base —así, a secas, como le decimos los cubanos— no ha llegado otra cosa que dolor. Si no que le pregunten a la familia del guardafronteras Ramón López Peña, vida segada en la flor. Y a la de Luis Ramírez López. A todas las víctimas del odio.
En la Loma de Malones hay un mirador hacia la Base. Un muro de piedras salva del abismo. Aquella es la playa, nos explican: hermosa arena que se abre al Mar Caribe. Arena vedada a los guantanameros. Ese, el atracadero de los barcos, los edificios, el cementerio de autos viejos.
Una patrulla se mueve. Polvo cubano en rueda extranjera.
Moví el lente siguiendo la trayectoria. Mi línea visual se llenó de estrellas. La voz del guía soldado comenzó a llegarme pasada por mil filtros. Bonifacio Byrne en mi oído. Instintivamente me eché hacia atrás. El mástil de la bandera se clavó en mi pecho como una ponzoña. La bandera de Walker, no la de Whitman.
Guantánamo es la guajira que el mundo canta, cuna del son desnudo, del changüí. Guantánamo, aldea del poeta entre el mar y la montaña, villa iris amada de calles rectas y parquedad catalana. Es La fama de Chini, anunciando las nuevas, el Palacio Salcines, el Puente Negro. Mireya Piñeiro tejiendo versos en lo callado de la hoguera.
Guantánamo es la Sociedad La Luz, por allí entró a Cuba la revista para los niños de América. Una novela de Ana Luz García, la otra vida de Florentina Boti, la cruz del Almirante. Guantánamo con su gente de ácana y la Loma del Chivo. Playitas, entre el mar y los peñascos; Martí con el remo de proa. Duaba, donde El Titán ancló la Patria. Tierra de montañas como cuchillos, como mujeres, como yunques. El general Pedro Agustín Pérez, el 24 de febrero, La Confianza. Elfriede Mahler, Alfredo, Danza Libre. Es el parque Martí y un ángel en las calizas de Yateras. Tootsie, la invencible maestra de los coros. Lilí Martínez con su piano, Rafael Inciarte evocando la música con sus manos. Esteban Aguilar jugando a la danza como un niño.
Guantánamo es el drama del puente de Aguilera, la carne virgen, la carne rota, el canto gestual de Danza Fragmentada. El río Guaso. Félix Savón, sus puños. La Farola. La Punta de Maisí, la costa neblinosa de Haití…
Guantánamo es un desafío.
El tiempo ha pasado, pero aquellas estrellas cerca de Guantánamo Bay no se me borran. Toda esa tierra nuestra. Nuestra como la Bahía de Guantánamo, así, bahía, como se dice en español.