Dicen que el barrio es el país, porque la gente vive la realidad al borde de la acera y la cuneta, aun cuando le orienten y prescriban lo que deba ser. Dicen que en el municipio se ponen a prueba, con lupa bien abajo, las bondades y los defectos de nuestra sociedad. Y es muy cierto.
Como el país ha vivido muy centralizado económicamente, y también en otros órdenes de la vida, lo que sucede a tres o cuatro cuadras, lo que me infecta o sanea a diario como ciudadano, incluso aunque no siempre responda al diseño de la sociedad, lógicamente se le endilga al sistema, al Estado. A la Revolución, que es la que paga al final los platos rotos.
Sin embargo, en los umbrales de un debate nacional vísperas del VI Congreso del Partido Comunista de Cuba, uno descubre que el Proyecto de Lineamientos Económicos y Sociales que se someterá al arbitrio reflexivo de los cubanos sin distinción, anuncia un afán descentralizador de la sociedad cubana, tanto en el ámbito económico-empresarial, como en las potestades territoriales.
En el afán de negar el componente individualista y anárquico del capitalismo, y la competitividad de ese sistema durante tantos siglos, el joven socialismo desde el 1917 leninista ha confundido la necesaria planificación con la centralización excesiva de todo el andamiaje de la economía y la sociedad. Ha sido muy dogmático el entendimiento del noble socialismo. En la Cuba que sobrevivió a la debacle de la URSS y el campo socialista, hay que desatar las fuerzas productivas y la autosuficiencia de la empresa estatal y darle potestades a ella y a los territorios —dígase a los gobiernos locales— y derribar algunas barreras hasta hoy intocadas.
Entre las propuestas que están en el candelero, y pueden obrar a favor del país, figura el ensanchamiento de las atribuciones de la empresa estatal socialista, la cual, a partir de sus utilidades, podrá crear fondos para el desarrollo, inversiones y estimulación de sus trabajadores, sin igualitarismos desmovilizadores. Algo así como que todo no puede ir para arriba, y fomentar la horizontalidad de sus decisiones y audacias. Las empresas tendrán que jugársela.
Al propio tiempo, esas entidades a las cuales se les soltarán ciertas amarras, dejarán de mirar a los celajes todo el tiempo, también porque deberán contribuir al desarrollo de la localidad donde están enclavadas con un tributo territorial. Hasta hoy todo ha ido a las arcas del Estado; ahora quedará algo de sus resultados en el territorio.
Y los gobiernos locales, en un acoplamiento de lo vertical y lo horizontal, tendrán más facultades a partir de sus contribuyentes, para decidir con ciertos recursos sus prioridades. Para no tener que esperar como pichones inhábiles por una decisión central lo que arriba no se puede conocer ni sopesar.
Inevitablemente, la descentralización en materia empresarial y territorial, sin desconocer la gravitación y vigencia estratégica del Plan Económico y Social del país, abrirá cauces a nuestra sociedad y profundizará los alcances de la democracia socialista. La empresa, el barrio y el municipio, deberán dejar atrás el formalismo monótono de esperar todo de arriba, y serán protagonistas esenciales de su propia dramaturgia. Sin retablo de títeres. Eso espera Cuba.