No sé si será un código secreto, una clave para el éxito empresarial, o una contraseña emitida del Más Allá. Pero lo cierto es que no hay mañana, tarde o noche de esta vida en que la oración deje de estallar en el diálogo telefónico o, incluso, en el «cara a cara».
Parece ya un eslogan precocinado en la boca de la secretaria, o del asistente, o de cualquier otro subordinado. Uno llama, saluda y pregunta por la persona «a capturar» y todavía no ha cerrado la boca y ya surge, rápido, incontenible y mortal, el «está reunido».
He llegado a sospechar a veces que se trata de un «complot» o de un decreto a hurtadillas, para que uno termine de admitir la imposibilidad de acceder a la colina que se han construido algunos con el deseo de esquivar a muchos de sus semejantes.
¿Quién, de la masa, no ha chocado en repetidas ocasiones con ese señor llamado «Está-reunido»? ¿Quién que busca una solución a un problema perentorio no abomina a ese caballero gris nombrado «Está-reunido»? ¿Cómo es posible que «Está-reunido.cu» nos golpee lo mismo en el tiempo del almuerzo; que a primera hora del horario laboral; que una calurosa tarde, supuestamente de ahorros, sin aire acondicionado?
Algo peor: de vez en cuando la locución va antecedida de otra singular, también preparada de antemano: «¿De parte?». Para por fin informarnos, como somos Don Nadie, que resulta improbable la atención porque, en efecto, «él está reunido». O, en el mejor de los casos, «anda fuera», o de «recorrido».
En lo hondo, y hasta en lo superficial, cualquiera detecta que no es cuestión de una simple frase, sino de una actitud ante la vida, bastante peligrosa, demasiado nociva para lograr el codo a codo y el frente a frente que entraña una sociedad como la nuestra, en la que no deben existir señores celestiales.
Quien pone parapetos y paredes a su puesto le hace daño al socialismo porque se divorcia —si alguna vez estuvo enlazado— con el concepto hermoso «de los humildes… y para los humildes». Quien transmite a sus subalternos a toda hora la clave «no estoy», sabiendo que está, comienza a sazonarse de engaños y a cultivarse en el juego para nada infantil del escondido.
Y no se trata de exigir el acceso a un buró agitado y ocupado para plantear que a nuestro chivo se le cayó un pelo de la barba; o que una amapola se quedó sola. La atención a la población presupone escaleras, pasos, niveles, y eso todavía no está claro para todos. Pero jamás ha de viciarse de evasivas ni de inventos como el de «estoy reunido».