Las tensiones van en aumento. Cada nueva acción empeora la crisis en la península coreana y, a quienes insisten en mover los frágiles hilos del equilibrio en esa zona, parece no importar la irresponsabilidad de sus actuaciones. Washington ha optado nuevamente por la prepotencia y hace oídos sordos al llamado de la comunidad internacional y de la propia República Popular Democrática de Corea para resolver las diferencias mediante el diálogo.
Sobran las sospechas en torno a Corea del Sur y EE.UU. y sus acusaciones contra Pyongyang por el hundimiento del Cheonan, usado como pretexto para la confrontación. Mientras, Washington se ha dado el lujo de realizar ejercicios militares de conjunto con Seúl en aguas del Mar de Japón —que acaban de concluir este miércoles— aunque asegura que se trata de enviar un «mensaje disuasorio», como si las maniobras no enrarecieran aún más el panorama. Lo que no se acomoda a la estrategia imperial es llegar a la mesa de conversaciones. Esta opción solo clasifica cuando puede ser favorable a sus intereses.
Lejos de bajar el tono de la retórica, no solo impusieron nuevas sanciones a Corea del Norte parapetados en sus imputaciones —la nación asiática ha negado cualquier implicación con el incidente y se ha mostrado dispuesta a colaborar, pero le ha sido denegada la solicitud—, sino que iniciaron el domingo, en una clara demostración de fuerza, los mencionados ejercicios militares conjuntos.
Por su parte, Corea del Norte alertó que responderá a las provocaciones, al tiempo que en el Foro de Seguridad de Asia celebrado en Hanoi la semana anterior, instó al Gobierno norteamericano a abandonar su política hostil.
«Si Estados Unidos está realmente interesado en desnuclearizar la península coreana, debe dejar de realizar maniobras militares y de imponer sanciones que destruyen el clima de diálogo», expresó el portavoz norcoreano, Ri Tong Il en esa reunión regional, donde Washington fracasó en su intento de conseguir el apoyo de los vecinos asiáticos para condenar a Pyongyang.
Parece el cuento de nunca acabar, aunque penda sobre el planeta la amenaza de una guerra nuclear. Washington se ha negado a conversaciones bilaterales con Corea del Norte y al reinicio del mecanismo negociador a seis bandas para la desnuclearización de la península, en el que participan otras naciones como Rusia, Japón, y China, además de las dos Coreas. En claro desprecio a los llamados de la comunidad internacional, insiste en provocaciones y amenazas a la seguridad nacional de la RPDC. Como si no escuchara todas las voces que llaman a la calma y la conciliación, sigue su peligrosa carrera.
La ONU condenó el hundimiento del Cheonan, pero no responsabilizó a Corea del Norte por los hechos, lo cual es otro indicio de la fragilidad de las supuestas pruebas de los acusadores, mientras en la reciente reunión de las naciones del sudeste asiático, un grupo de países encabezados por la República Popular China se negaron a aceptar las presiones de la Casa Blanca para sancionar a la RPDC. Solo Corea del Sur, Washington y Japón insisten en crucificar a Corea del Norte. Casualmente, a los dos últimos les vino como anillo al dedo el hundimiento del buque sudcoreano para ratificar el pacto militar con el que EE.UU. mantiene sus efectivos y bases en el archipiélago nipón. ¡Qué raro!
Mientras EE.UU. y Seúl se inventan respuestas militares para una guerra que solo ellos podrían provocar, a juzgar por los hechos, a la paz en la península coreana le queda una empinada cuesta en medio de una peligrosa escalada. Llegar, seguramente implica justo el paso al que EE.UU. se niega, con premeditación y alevosía: el diálogo. Es más fácil hacer oídos sordos, incluso desatar la guerra… en eso son expertos.