No importa cuánto tiempo pase. Las huellas de la guerra se resisten a desaparecer. Por la brutalidad con que Washington lanzó sobre la selva sur vietnamita casi 76 millones de litros del Agente Naranja y otros herbicidas, todavía hoy mueren o nacen deformes muchos seres humanos.
Por fin, 35 años después de la victoria vietnamita, un panel de expertos de ambos países aprobó un plan de acción para enfrentar el legado sanitario y ambiental de esos tóxicos. Luego de tres años de consultas, el plan tiene previsto la inversión de 300 millones de dólares durante diez años para lograr sus objetivos.
Según un reporte de Jim Lobbe para IPS, los especialistas concluyeron que EE.UU. debe dar asistencia para limpiar las más de dos decenas de sitios en el sur de Vietnam donde la contaminación es particularmente severa, y expandir la atención médica a las personas afectadas por el Agente Naranja y otros herbicidas con dioxinas.
Aunque a estas alturas muchos inocentes han muerto sin que Washington asuma las responsabilidades de aquella guerra, y ni siquiera el más reciente plan garantiza que sean consecuentes, lo cierto es que más de tres décadas después, por lo menos deberán ocuparse de sanear en parte el desastre. Un «poco» tarde, nadie lo duda. Pero como el impacto de los químicos perdura y estos aún dejan su marca en las familias vietnamitas, tal vez algunos se salven del sufrimiento. ¿La memoria? Esa permanecerá intacta.
En un esfuerzo inútil, desesperado, ¡y en verdad criminal!, la Casa Blanca trató de evitar entonces que el pueblo que les hacía resistencia se escondiera en la jungla y se alimentara de ella. Salieron derrotados. Pero los químicos lanzados devastaron dos millones de hectáreas de selva y otras 200 000 de tierra cultivable, lo cual trascendió a partir de un informe divulgado junto al plan de acción.
El Ejército estadounidense empleó una concentración 50 veces superior a la recomendada por los fabricantes para matar plantas. Claro, a estas alturas, ya sabemos que todo cuanto respiraba en la selva era parte del blanco, ¡incluso sus propios soldados! Daños colaterales, como seguramente dirían, aunque el término no fuera usado de forma abierta en esa época.
Cáncer, diabetes, enfermedades nerviosas y cardíacas, y defectos de nacimiento, son algunas de las secuelas del nefasto Agente Naranja. Se sabe que casi cinco millones de vietnamitas en esas áreas, así como unos 2,8 millones de militares estadounidenses desplegados allí durante la guerra, pudieron haber estado expuestos a los tóxicos.
Mientras, la Cruz Roja cifra en alrededor de 150 000 los niños vietnamitas que han nacido con serias deformaciones como consecuencia de la naturaleza de los productos, reconocidos contaminantes orgánicos persistentes, cuya degradación es muy lenta y sus efectos dañan por generaciones.
«El tiempo para dudar ya ha pasado», aseguran los miembros del panel, quienes consideran que «las cuestiones de responsabilidad, toma de conciencia y fiabilidad de la información han generado por mucho tiempo una dura controversia y han estancado la investigación y las acciones para remediar la situación».
La efectividad del plan está por ver. Los antecedentes en este sentido no son nada halagüeños, en vistas de que en 2007 el Congreso estadounidense decidió destinar nueve millones de dólares para «reparación ambiental de sitios contaminados con dioxinas en Vietnam», de los cuales cumplieron realmente su objetivo poco más de cuatro millones de dólares.
Estos 300 millones de dólares no pueden cambiar el dolor de tantísimos seres humanos, pero tal vez les evite el sufrimiento a algunas familias. Habrá que esperar que se cumpla… aunque sea 35 años después. Ojalá las nuevas generaciones de vietnamitas no tengan que esperar más.