Los esfuerzos del gobierno de Estados Unidos por derrocar al gobierno cubano parecen ser interminables, casi eternos. Desde el mismo 1ro. de enero de 1959 hasta la fecha, los distintos gobiernos de este país se han empeñado infatigablemente por cambiar el rumbo que Cuba tomó en aquella fecha. No quieren ni han querido aceptar el hecho de que la isla se les fue de las manos y emprendió un camino propio.
Hasta aquel día del año 59, Cuba caminaba colgada del brazo de EE.UU. Por una cuestión puramente económica, no quisieron anexarla y convertirla en un estado más de la Unión Americana. Les era más factible y más barato tenerla bajo las alas del águila, que tener que llevarla encima de la misma. Lo mismo daba que existiera la Enmienda Platt, como si esta era derogada de la Constitución. El verdadero poder de mando estaba en Washington y no en La Habana. Todo el mundo en Cuba sabía que la última palabra la tenía el embajador americano de turno. Eso quedo más que demostrado en diferentes ocasiones, especialmente en 1933, al liquidar el gobierno de Ramón Grau San Martín, cuando este, junto a Antonio Guiteras, su ministro de Gobernación, intentaron tomar algunas medidas nacionalistas, como la expropiación de la compañía de electricidad.
Cuando alguien decía en Cuba que iba a la embajada, se entendía perfectamente a qué embajada se refería, y cuando el Consejo de Ministros tomaba alguna decisión de importancia que podía afectar las relaciones con los Estados Unidos, primero se consultaba al embajador americano. Todo esto no es un cuento de camino ni propaganda, sino la pura verdad de lo que ocurría en Cuba antes del triunfo de la Revolución del 59.
Desde muy temprano aquel año, el Consejo de Seguridad de Estados Unidos comenzó a trazar planes para liquidar a la Revolución. Existiendo aún un gobierno bastante moderado al principio del proceso revolucionario, las agencias de inteligencia de este país pasaron, con una rapidez espantosa, de la propaganda a la acción y se empezaron a organizar movimientos para enfrentarse bélicamente al gobierno cubano. Los desembarcos de equipos de infiltración entrenados en explosivos y telegrafía; de armas como el M-3 y el M-1, pistolas automáticas, fósforo vivo, explosivos plásticos como C3 y C4 y de dinero cubano falso, no se hicieron esperar. En el 60 ya se había montado una verdadera red de organizaciones contrarrevolucionarias en la que participaban cientos de hombres de un extremo a otro de la isla. Los petardos y las bombas se oían por doquier, llegando a sonar hasta cien bombas en una sola noche en La Habana. Los actos de sabotaje eran numerosos y las bandas de alzados en el Escambray y otros lugares crecían por día. Todo eso, respondiendo directamente a las órdenes de la CIA, que era la encargada de poner la plata y la palabra. Y esas acciones se realizaron para esperar el desembarco de Playa Girón, que resultó ser un fracaso de marca mayor y una vergüenza para las agencias de inteligencia de este país.
Lo mismo que en los años 60, hoy en día y para vergüenza de Estados Unidos, el gobierno norteamericano se gasta millones de dólares de los contribuyentes para tratar de cambiar el gobierno en Cuba. Millones para Radio y TV Martí se han despilfarrado en la radio que nadie oye y en la televisión que nadie ve. Millones se gastan en Miami, en donde una serie de vividores, con el cuento del anticomunismo, viven la buena vida y pasean por el mundo, haciendo propaganda en contra de Cuba y mandando migajas, de lo que reciben, para la isla.
Ahora mismo, hace unos días, el gobierno descongeló 15 millones de dólares para que estos se gasten en la lucha por el retorno de la «Democracia y la Economía de Mercado» en la isla. Millones y millones de dólares para hacer daño, por hacer daño.
Van ya más de 50 años de una interferencia irracional en los asuntos internos de un país independiente. La frustración nos embarga a todos los que aquí amamos a ambos países y soñamos que se ponga fin a este cuento de la buena pipa, a esta interferencia interminable.
*Periodista cubano radicado en Miami