Encuestas llueven, de todo tipo, en el planeta. Proliferan, como es sabido, las que convocan a seleccionar las listas con las mejores películas, personas, libros, músicos…
Por norma general, salvo decorosas excepciones amparadas en la seriedad de las entidades auspiciadoras, se fundamentan en la concepción previa de aupar determinados nombres, tendencias, en consecuencia con intereses —ocultos o no— dictados por las industrias culturales (y otras).
El 2009 y los meses corridos del año en curso conocieron de selecciones mundiales del más variopinto signo, pedestres por sus pueriles intereses pero con gran respaldo mediático, cual es ya clásico en este mundo al revés.
Uno mira los diarios o las revistas que las lanzan y publican, para encontrar allí, en los diez, cincuenta, cien o 500 puntitos con los respectivos nombres, conclusiones desprovistas de cualquier lógica o explicación. Pese a ello, tienden a fijar pautas de opinión en millones de lectores que las consumen de forma acrítica.
Son tantas que lo normal es eludirlas, aunque algunas llaman la atención en más de un sentido. Un tiempo atrás fue divulgada a bombo y platillo una selección de los presuntos cien personajes más influyentes de la cultura latinoamericana en música, literatura, arte y política.
Promovida por la cadena televisiva Antena 3 Internacional y una denominada Organización Capital Americana de la Cultura, la lista es ridículamente falaz, torpe en su dibujo, muy barata en su rigor académico.
«Después de seis meses de trabajo, las instituciones señalaron la voluntad de divulgar la cultura latinoamericana de una manera rigurosa, didáctica, pedagógica, lúdica y, a la vez, profundizar en el conocimiento de los personajes del continente americano elegidos», se aseveró no obstante en algunos medios.
Bolívar, Hostos, Mercedes Sosa, Violeta Parra, Martí, el Che, el padre Hidalgo, Cortázar, Benito Juárez, Víctor Jara, Cantinflas, Mariátegui, Santander, Guayasamín, Sandino, Onetti, Sor Juana Inés de la Cruz, Pancho Villa, Gertrudis Gómez de Avellaneda y Wilfredo Lam ocupan, en igual orden, los puestos 10, 30, 31, 34, 35, 37, 39, 41, 46, 47, 49, 51, 52, 60, 62, 65, 76, 81, 82 y 95.
En cambio, el colombiano Juanes ostenta nada menos que ¡el décimoquinto lugar!, su coterránea Shakira el 61, y el guatemalteco Ricardo Arjona, el 91. Íconos de la historia cultural o política de América son antecedidos por cantantes pop o baladistas de reciente surgimiento.
Al publicarse en la edición digital de un diario argentino, en los comentarios de los lectores a pie de página aparecían reflexiones como esta: «En el Perú se olvidaron de César Vallejo y de José María Arguedas: dos presencias infaltables en la narrativa y la poesía; especialmente el primero».
O la siguiente: «Jajajaja, figuran Ricardo Arjona y Juanes, jajajaja. No podés».
«¿Quienes son los atolondrados que hicieron esta lista? ¿Influyentes? ¿De qué hablan? ¿Cuándo Latinoamérica se va a quitar el almidón y entender a su juventud? ¿Qué es esto? ¿Qué edad tienen los que votan? Parecen milicos (militares) conversos», inquiría al rotativo el cineasta Alejandro Agresti.
Los medios de difusión pueden ser una formidable herramienta para alfabetizar en todos los sentidos, pero al servicio del pensamiento único y sus intereses, ajenos a los grandes desafíos de nuestra época, también pueden ayudar al regreso de ciertos oscurantismos. En adelantarse a ese probable escenario radica quizá el reto mayor de la educación de nuestros pueblos.