Shabana aún juega con muñecas. No puede imaginar que, en la habitación contigua, sus padres acaban de cerrar un trato. Pronto tendrá un esposo. No lo eligió, ni siquiera lo conoce —tal vez sí—, pero lo triste para ella es que deberá abandonar a su compañera de fantasías.
No se trata del inicio de una historia añeja, sino que esa es la suerte de miles de adolescentes indias en este minuto. Según un estudio del Ministerio de Sanidad, alrededor de la mitad de las mujeres en esa nación contrae matrimonio antes de los 18 años, edad establecida legalmente. Pero hay más: un 20 por ciento se casa antes de los 15 y, peor aún, una buena parte, en contra de su voluntad.
Aunque existe la prohibición legal, incluso data de 1860, cuando la legislación británica declaró nulos todos los casamientos en los que uno de los cónyuges tuviese menos de diez años, lo cierto es que la práctica continúa muy extendida en todos los niveles de la sociedad. Pero por supuesto, en las regiones más pobres, el porcentaje de menores obligadas al matrimonio es mucho mayor.
El fenómeno sobre el que indagó el estudio ministerial indio tiene profundas raíces culturales, vinculadas con la discriminación de la mujer y al valor añadido de la concertación matrimonial para fortalecer vínculos familiares, económicos u obtener beneficios materiales: dotes o poder. En ocasiones, las familias ofrecen a la adolescente como esposa para pagar una deuda (es la familia de la novia la que entrega una dote) o simplemente ante la incapacidad de costear su manutención. El matrimonio implica que ella abandone el hogar y comience a ser «mantenida» por el esposo. Sin embargo, no deja de trabajar ni un segundo y, además, debe procrear, en ese caso, muy joven, lo cual supone un riesgo de salud. Decenas de miles mueren durante el parto.
Visto desde Occidente, el problema podría ser objeto de una crítica superficial, basado en una experiencia distinta y superada por el «desarrollo». Sin embargo, es importante tener en cuenta los elementos culturales que atraviesan el problema. Sin caer, como nos previene el historiador e intelectual marxista norteamericano Michael Parenti, en el «relativismo cultural». Según Parenti en su libro La batalla de la cultura, esa es la más socorrida justificación para enmascarar antiguos y modernos procesos de dominación.
¿Quiénes son los beneficiados de los matrimonios de conveniencia? El informe revela que, en la mayoría de los casos, las niñas confesaron que sus padres no les pidieron su consentimiento a la hora de elegir esposo. ¿Dónde están los que deben velar por el cumplimiento de la legislación vigente? ¿Qué dirían las menores, en caso que tuviera peso su criterio? Seguramente, y a pesar de la tradición, del respeto a sus mayores y de las normas establecidas por la costumbre, optarían por la muñeca o, en última instancia, por sus juegos favoritos.
Como señaló la activista social de Nueva Delhi, Dharma Gujral, según varias agencias: «No se trata solo de luchar contra una herencia cultural... El verdadero trasfondo es económico, y la prueba de ello es que todos los matrimonios infantiles son concertados, y por tanto interesados».
A estas alturas, es un hecho que no será fácil eliminar de un plumazo las aberraciones de esta práctica, en un país donde tienen lugar el 40 por ciento de los matrimonios infantiles de todo el mundo. A fin de cuentas, la ley existe y es letra muerta. Pero la existencia misma del estudio denota preocupación del ministerio público.
Quién sabe si este es el camino para que las hijas de Shabana o sus nietas, jueguen con sus muñecas sin temor a que en la habitación contigua se cierre un trato. Ellas deberían decidir con quién compartir la existencia.