Las primeras elecciones luego del fin de un conflicto civil de casi tres décadas, ratificaron ampliamente el liderazgo del actual presidente de Sri Lanka, Mahinda Rajapaksa, para un segundo período de mandato.
El ejecutivo ha prometido trabajar en función de la prosperidad económica, la reconstrucción de las áreas devastadas por la guerra, la incorporación social de la población tamil, seriamente dañada por el conflicto, así como por la defensa de la unidad nacional.
Pareciera que sus prioridades no coinciden con las de las potencias occidentales. Esa debe ser la razón por la que, casi un mes después de obtener 57,8 por ciento de aprobación y un 74 por ciento de participación, los resultados de los comicios todavía estén en tela de juicio. ¿Será que el otro candidato, el ex general Sarath Fonseka, convenía más a los intereses de los ricos?
Luego del triunfo de Rajapaksa, precisamente desde el exterior se intenta deslegitimar el proceso, al tiempo que recibe aliento la inconformidad de los perdedores, en especial de Fonseka, quien ya impugnó los resultados. No importa que los observadores internacionales hayan asegurado que las elecciones se desarrollaron sin indicios de manipulación ni corrupción, de forma correcta y de acuerdo con las leyes del país asiático.
En medio de todo, el ejecutivo ordenó el arresto de Fonseka, quien sin poder ganar la mayoría de los votos ni en su propia ciudad, continuó después de su derrota los intentos de desestabilización interna. Rajapaksa también disolvió el Parlamento y convocó elecciones anticipadas para el próximo 8 de abril. Y a pesar de todo ha mantenido un tono conciliatorio.
«Soy el presidente de aquellos que me votaron y de quienes no lo hicieron», expresó el mandatario un día después de conocer los resultados electorales. El camino de la reconciliación nacional es bastante complejo en sí mismo, como para aceptar pesos extras.
Mientras países como Bangladesh y la India mostraron su apoyo a Rajapaksa luego del triunfo, la Embajada norteamericana en Colombo, a través de una nota de prensa, felicitó al elegido por el pueblo, pero también instó a una investigación por posibles violaciones de la ley electoral durante la campaña. ¡Qué raro!, porque Washington «casi nunca» trata de inmiscuirse en los asuntos internos de otro país.
Nada ocurre por casualidad. Sri Lanka es una vía marítima estratégica. Por esa ruta pasa el 70 por ciento del tráfico de contenedores a nivel mundial y el 50 por ciento del petróleo y el gas. Tener el control de esa zona reportaría grandes beneficios. Si la victoria hubiera sido del candidato proyanqui, era «pan comido», como se dice acá. Pero como no ocurrió, mejor desestabilizar.
Por su parte, esta semana la Unión Europea anunció que retira el estatus comercial preferencial a Sri Lanka ante «fundadas sospechas» de graves violaciones de los derechos humanos, en particular en la fase final de la guerra contra los Tigres Tamiles.
Otra vez es más fácil obviar realidades para asumir posiciones de fuerza. No importa que la guerra terminara en mayo de 2009, que el país esté en pleno proceso de recuperación y que esa medida, la cual entraría en vigor dentro de seis meses, afectará a los productos manufacturados, las prendas de ropa y otros renglones importantes. Los beneficios de Colombo a partir de la reducción de tasas comerciales contempladas por el estatus preferencial, alcanzaban hasta ahora un valor de 135 millones de dólares.
En resumen, no basta con que la situación interna en la nación asiática no termine de calmarse. Según la lógica de los poderosos, no viene mal «un poquito» de presión. Los más perjudicados no son ni los políticos, ni los eurodiputados, ni los asesores de las grandes potencias, sino ese pueblo que necesita una paz duradera, después de los horrores de la guerra. De ello depende la reconstrucción de sus vidas. Deberían dejarlos avanzar.