Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Otros 80 para Progreso

Autor:

Edel Lima Sarmiento

Antes de ir a la escuela y aprender a leer, ya escuchaba las novelas de Radio Progreso. Mi madre me ponía a dormir la siesta y se acostaba a mi lado para reposar un poco, en compañía, a un volumen muy bajo, de las voces de los melodramas que encendían mi imaginación y que terminaban ahogándose en un abismo con la llegada del sueño.

Crecí en una casa donde prácticamente nos levantábamos y acostábamos con la Onda de la alegría, en la que la mañana empezaba con Juventud 2000 y la noche muchas veces terminaban con Nocturno. En mi mundo de niño no necesitaba guiarme por las manecillas de un reloj, pues cada programa se relacionaba con un momento del día en específico, y oír un espacio como Alegrías de sobremesa, por ejemplo, era la señal que marcaba la hora del almuerzo.

Progreso celebra su cumpleaños, y no puedo resistirme a comentar el acontecimiento. ¡Ochenta años son ochenta años! Si con eso no es hoy nuestra emisora más antigua, está muy cerca de serlo. Salió al aire por primera vez el 15 de diciembre de 1929, cuando en la radio cubana los comerciales comenzaban a irrumpir en el éter.

Su mayor mérito en todos estos años, sobre todo después del triunfo de la Revolución, ha sido, además de informar y entretener, el de llevar la luz del conocimiento y la cultura a los sitios más diversos de esta Isla. Ha sabido llegarle al oyente; se ha convertido en su vecino, en su más íntimo amigo. Por eso cuando la llaman la emisora de la familia cubana, más que un eslogan se dice una verdad.

Las claves de esa preferencia están en su tradición, en persistir en una manera de hacer radio que no olvida su razón de ser: el público, en la variada y excelente programación, en la profesionalidad de sus trabajadores y en no dejar de oxigenar nuestras matrices culturales.

Es una de esas pocas emisoras cubanas que todavía tiene voces que la identifican. Si no, piense en locutores como Lilia Rosa López y Eduardo Rosillo. Entrar al vetusto edificio de la calle Infanta es tropezarse con historias vivas de la radio en Cuba. En mis prácticas de estudiante pude ver personificados aquellos nombres tan familiares como los de Marta Velasco, Alicia Fernán o Georgina Almanza, actrices consagradas que, gracias a la magia del medio, pueden seguir siendo niñas o doncellas.

En este momento me relampaguea el recuerdo de Estelvina Centéllez, la más ferviente seguidora de Radio Progreso que haya conocido. Mi vieja vecina pertenecía al Club de amigas del programa Nosotras, y se reunían en sus casas o en la emisora con los actores y locutores a quienes tanto admiraban. Esa era, en verdad, su otra familia.

Después de ocho décadas, solo con su presencia, Progreso nos advierte que no hay que temerle al tiempo, que ni la tecnología ni Internet podrán ser sus sepultureros. Si algún día dejara de existir, tendremos que inventarla, para poder escuchar esa voz que ya es parte inseparable de lo cubano. Ahora queda desearle, para nuestra suerte, que cumpla otros 80.

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