Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El Rigor, ahora

Autor:

Luis Sexto

Un peligro mayor que el que se desprende de las dificultades y los problemas, se cierne sobre los mejores propósitos. Casi estoy excusado de nombrarlo, porque desde hace milenios la especie humana ha experimentado cuánto de peso muerto lleva la actitud de los que se arriman a la orilla para ver qué pasa y qué me toca, o qué hacer para evitar que algo pase.

Tenemos a mano un término para sintetizar esa postura que puede resumirse en una frase jocosa: Después de no hacer nada, descansar. Y que equivale, según recurrentes fórmulas refranescas, a que «arree el de atrás», o que el disparate lo «esconda la corbata»… En fin, muchos son los rodeos para llamar a la indiferencia por su nombre. Pero advierto, no me voy a meter a desentrañar las causas de esa postura que propone demasiados vericuetos para ser explicada. Más bien, quiero insistir en temas que, a pesar de mis insuficiencias, he comentado en esta columna. Al menos en uno: Cuba precisa el rescate del rigor. A mi parecer, esa idea recorría el discurso de Raúl en la Asamblea Nacional el pasado 20 de diciembre.

Y a qué rigor aludo. Podría pensarse que es la severidad en los castigos. Pero eso no atañe al fondo de una visión política. Más bien me refiero al rigor que implica medir y cuadrarlo todo de acuerdo con la capacidad de rendimiento posible en el objeto o el ser humano. No es, pues, un quedarse a medias, un hacerse el ciego, el mudo, el sordo. Ese es el rigor: la exigencia del acto y su sentido; la frontera entre calificar o ser descalificado.

Hoy por hoy, la indiferencia podría llamarse de otras maneras, porque se descompone en una variedad que adopta fines muy específicos. Por ejemplo, puede uno mantener la indiferencia como actitud predominante por comodidad: un dejar hacer, para que nada sea modificado con un signo que implique la alteración de mi dulce pasar, de mis pequeños privilegios. Y ello me parece peor que la indiferencia por cansancio. Quienes se adscriben a la pasividad activa, al ritmo de actuar no actuando o mal actuando, padecen por lo común de fotofobia, porque donde la luz aparece ellos ponen una cortina negra.

Claro, estoy filosofando. Pero no sigamos creyendo que «filosofar» es un proceder maldito e infamante. El filosofar, que aquí utilizo en el significado de reflexionar, compone el método para aclarar, iluminar esas habitaciones oscuras. Quizá por no pensar, por no llevar a síntesis teóricas mucho de cuanto hacemos, estamos hoy lamentando el uso de la improvisación como método. Y la improvisación facilita el camino de la indiferencia, del convivir con los problemas simulando no ver, no oír… ¡Qué existencia más plácida! Y por tanto que siga la quiebra del orden, la burla de la ley, la simulación… Porque, en fin, como dice la copla, «ande yo caliente y ríase —muérase, digo yo— la gente».

Tengo, pues, que llegar a la conclusión de que la salvaguarda de la causa nacional —la sociedad socialista y revolucionaria— pasa por el rescate del rigor. ¿No será tiempo ya de desarticular la tácita connivencia entre los deberes de unos y los desaciertos de otros? Las cosas pueden alterarse aquí o allá, y sin embargo continúan aparentando una «salud de hierro» en ciertos informes y controles. Que nadie me toque; nadie se meta en mi cuartón. ¿Cómo dice la antigua letra? «Defiéndete tú que yo me defiendo como pueda».

Esa es una mentalidad que, como el marabú, se resiste a ser erradicada. He oído decir: Hace falta mucho tiempo y mucha paciencia para romperla mediante la persuasión, el reacomodo actualizador de nuestra economía. Si, en efecto, es dura y pertinaz. Tal vez, la química sutil de nuestros herbicidas solo consiga entristecerle las hojas, los pétalos. ¿No sería más efectivo, por tanto, el cincel y el martillo del rigor, ahora?

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