Ahora que el presidente de Estados Unidos decidió, en contra de la opinión pública nacional e internacional, el envío de más de 30 000 soldados adicionales para continuar la guerra en Afganistán, vale la pena hacer un resumidísimo recuento de la historia del país al que está enviando sus jóvenes soldados.
Afganistán tiene 647 497 kilómetros cuadrados y una población de alrededor de 30 millones de habitantes. Es sumamente rocoso y montañoso, con elevaciones de más de siete mil metros de altura, además de algunos valles centrales en donde poco se cultiva —menos del diez por ciento de lo que se pudiera cultivar—, siendo el opio la mejor, más próspera y más eficiente de las cosechas.
Casi se puede afirmar que Afganistán no es un país, sino un compendio de tribus de diferentes etnias, que ni siquiera están unidas bajo un gobierno central. De las 34 provincias que lo componen, quizá en diez o doce tiene el gobierno actual algún tipo de control. Jefes de tribus, señores de la guerra e integrantes del movimiento islámico talibán componen el gobierno real de aquel país. Kabul, la capital, es el único sitio donde el gobierno gobierna.
Desde la época de Alejandro Magno, allá por los 300 antes de Cristo, la región ha estado sumida en guerras. Durante el siglo XIX, Rusia, Inglaterra y Persia se repartieron allí territorios a su antojo. No fue hasta 1907, en un tratado firmado entre las dos primeras, que Afganistán recibió su independencia, la cual era, desde ya, bastante limitada ya que correspondía a Inglaterra manejar la política exterior del país. En 1919, en un intento por liberarse de esa mordaza, los afganos invadieron la India, obligando a Inglaterra a firmar un tratado con el cual tomaron control total de su política exterior.
Sin embargo, las luchas internas continuaron hasta que en julio de 1973 oficiales del ejército derrocaron al rey y proclamaron la república. El general Sadar Muhammed Daud, primo del derrocado monarca, se proclamó presidente hasta que, en 1978, también fue sacado del poder por un grupo liderado por Noor Mohammed Taraki, amigo de la Unión Soviética. Poco duró el Sr. Taraki en el poder, ya que menos de un año después fue asesinado y sustituido por Hafizullah Amin.
Inmediatamente después del asesinato, la URSS comenzó a enviar miles de soldados a aquel territorio. Amin también fue asesinado y reemplazado por Babrak Karmal, fiel aliado de los soviéticos. Entonces comenzó una larga guerra en contra de las tropas soviéticas y del gobierno de Karmal por parte de guerrillas financiadas, entrenadas y armadas por el gobierno norteamericano.
En 1986, Karmal renunció y fue sustituido por Mohammad Najibullah, quien siguió gobernando por un tiempo después de que los soldados de URSS se retiraran, debido a la fuerza adquirida por esas guerrillas. Después de la toma de Kabul en 1992 por parte de ellas, la lucha por el poder continuó, dividiéndose el país en diferentes zonas independientes, cada una con gobernante propio.
No fue hasta 1998 en que los talibanes llegaron a controlar más de las dos terceras partes del país e imponer sus interpretaciones puritanas de las leyes islámicas.
En ese mismo año, cohetes norteamericanos fueron lanzados contra diferentes campos de entrenamiento que la organización terrorista Al Qaeda, dirigida por Osama Bin Laden, tenía cerca de Kabul. Los norteamericanos acusaban a Bin Laden —antiguo colaborador de la Agencia Central de Inteligencia— de ser autor de los ataques contra las embajadas norteamericanas de Kenia y Tanzania.
A pesar de que los talibanes controlaban más del 90 por ciento del país, las Naciones Unidas no los reconocían como el legítimo gobierno de Afganistán. En su lugar, reconocían a Burhanuddin Rabbani como presidente, supuesto líder de la Alianza del Norte, otro grupo que recibía ayuda de Estados Unidos.
Después de los terribles hechos del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York y Washington, las tropas norteamericanas empezaron a llegar por miles al territorio afgano, derrotando a los talibanes e imponiendo en el poder a Hamid Karzai, actual presidente de Kabul y sus alrededores.
En ese hormiguero es donde está empantanado Estados Unidos desde hace ocho años, y hacia allí está enviando tropas adicionales el presidente. ¿Quién puede estar aconsejando a la Casa Blanca en tal descabellada acción? ¿En qué cabeza cabe que se pueda tener algún tipo de triunfo militar o político en una región tan convulsa?
Los talibanes fueron derrocados en el 2001, solo para ser triunfadores en este 2009. Aquel «Lo quiero vivo o muerto» de Bush, refiriéndose a Bin Laden, solo se quedó en una frase hueca. Si el gobierno de Estados Unidos no recapacita, a la larga le va a pasar en Afganistán lo que les pasó a tantos otros como ellos. Caro tendrán que pagar la arrogancia de creer que pueden lograr lo que otros, en su momento tan poderosos como ellos, no consiguieron.
*Periodista cubano radicado en Miami