La palabra «recurso» está en disonancia con su referencia material. Se recurre mucho a su sentido explicativo o justificativo. Suele decirse que no hay recursos para resolver esto o aquello. Y en la mayoría de los ejemplos es verdad. De ahí, la contradicción entre la recurrencia del signo y su poco significado en la realidad.
La palabra abunda y los recursos faltan. Eso digo. Pero me parece que ante tal incongruencia no basta con el consabido «no hay». Porque si los medios escasean, hemos de buscarles un sustituto. Porque quién le ha dado vacaciones a la voluntad de suplir con alternativas racionales la ausencia de recursos. Pero sobre todo no ha de faltar la confianza ciudadana, ni la capacidad de generarla.
El mundo actualmente transita por una época en que los valores más humanos y universales sirven como blancos de cierta perversidad enmascarada bajo las cortinas de lo novedoso. Incluso, algunos teóricos hablan hoy de «pospolítica», como si ya la política hubiese dejado de servir para ocuparse de los asuntos de las personas y las comunidades. Pronto, quizá, habrá «poshumanidad». Mas, en Cuba, a mi limitado entender, la política ha de seguir funcionando como la ciencia de la sensibilidad y la solidaridad. Y una de sus tareas primordiales, se me ocurre pensar, es la de generar confianza.
Por una especie de reflejo adquirido en el ejercicio de casi cuatro décadas de periodismo, acostumbro a andar por el país. Veo, oigo, y luego juzgo. Y no voy adonde me llevan, sino adonde quiero. Y últimamente confirmo que la confianza se va diluyendo en ciertos ciudadanos. A dónde mira el confundido, el que no sabe interpretar los signos que le faciliten avizorar un futuro más benigno en medio de la resistencia por la independencia y la justicia social. He de repetir, incluso, que las medidas que tienden hoy a liberar las fuerzas productivas —el Decreto Ley sobre las tierras ociosas, el pago por rendimiento, el pluriempleo— no parecen significar en la conciencia de algunas personas lo que son: soluciones estratégicas para depurar y renovar nuestra existencia socialista.
No es mi intención exagerar, pero en algunos lugares se aprecia distorsión, desvío del sentido renovador de cuanto legisla en estas circunstancias el gobierno central. Y ello puede ilustrarse en una carta publicada recientemente en la sección vecina de Acuse de recibo; una carta en que se denuncia que un área adjudicada bajo la protección legal del Decreto Ley 259, había sido otorgada doblemente sin que hasta el momento se resolviera, con auxilio de la prudencia, el error. Después de varios meses, aún se incuba un litigio por la tierra. Y no es el único ejemplo. Por tanto, si no hay acometividad para solucionar un desaguisado allí mismo donde se promueve, los ciudadanos pueden considerarse engañados. Y por ello acuden a los periódicos. Hemos de preguntarnos, pues, por qué ocurren y cómo se evitan estos tropezones tan inoportunos y a la corta tan perjudiciales para la política de la nación.
Tendremos que repetir un concepto muy evidente. Sin control horizontal es imposible evitar y reducir las desviaciones verticales. Sin la participación de la asamblea municipal del Poder Popular, como un cuerpo visible al pie de la realidad, valorando con cien ojos cuanto se hace y se aplica en el territorio, será difícil atajar la mentalidad burocrática que, luego de actuar erróneamente —digámoslo así para no usar otra singularidad menos limpia—, se rasca la cabeza diciendo que «no puede ser», «no puede ser», y luego se marcha y sigue mirando las delicias del paisaje. Para que nadie se sienta irrespetado, me ahorro preguntar por el papel de la política y sus agentes locales. No habrán de necesitar —presumo— de recursos para intervenir en estos casos que, aunque supongamos que no están generalizados, enrarecen el clima de la base, la plataforma única donde, a fin de cuentas, el país gana poco a poco la solidez o puede debilitarse en medio de las turbulencias removidas por la desconfianza y la duda de la gente.