El mundo de la información es un mar proceloso en el cual podemos atrapar todo tipo de peces. Algunos hallazgos asombran, otros alarman, o indignan, o mueven a risa. Y los hay que nos dejan una sensación de tiempo extraviado, de encuentros posibles que no han sido y que flotan en el limbo del absurdo. Ese es el sabor que esta semana me dejaron detalles noticiosos acerca del «encendido debate suscitado en el Congreso de Estados Unidos sobre la liberalización de los viajes a Cuba».
«Cuántas posibilidades de descubrimiento todavía son paisaje borroso, anhelo sin faz…», pensé mientras leía en el sitio web CubaDebate que legisladores demócratas y republicanos sostuvieron este último jueves una discusión subida de temperatura «sobre la posibilidad de levantar las restricciones de viajes a Cuba para los estadounidenses, que han sido mantenidas casi sin interrupción desde hace casi medio siglo».
Según la nota, «la discusión en la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Representantes tiene como telón de fondo un proyecto de ley que permitiría a los estadounidenses viajar a la Isla».
El demócrata Howard Berman (California), presidente de la Comisión antes mencionada, se refirió a Cuba como el único país del mundo que es destino prohibido para la población norteamericana. Y afirmó que «bajo cualquier perspectiva, la prohibición vigente desde hace casi 50 años simplemente no ha funcionado».
Otro demócrata afirmó que esa postura no ha sido una sanción contra la Isla, sino contra los estadounidenses por cuenta de su propio Gobierno. Y opuesta a esas visiones, asomó el odio de la republicana Ileana Ros-Lehtinen (Florida), negada a «recompensar al régimen de Cuba con turismo y dinero».
Los demócratas han sumado voluntades y tienen esperanzas de salir adelante en sus propósitos. Los republicanos aseguran que los primeros no tienen votos suficientes para aprobar la ley, y que esta fracasará como ya sucedió con empeños similares, en un Congreso sensible al tema Cuba. Uno de los testigos invitados a la audiencia de este jueves, el ex jefe antidrogas de Estados Unidos, Barry McCaffrey, afirmó que nosotros no somos una amenaza para la seguridad del país norteño, y que levantar la prohibición a los viajes serviría a los intereses de su país.
Desde un pragmatismo que conocemos muy bien, este señor ha dicho una verdad que de tan grande ya no cabe en rincón alguno si alguien quiere esconderla: No somos una amenaza. Como tampoco somos tan insípidos y frágiles para desintegrarnos si algún día se levantan los muros de los prejuicios y la obcecación, y tras esa apertura nos visitan avalanchas de vecinos tan cercanos.
Creo, como una anfitriona más de este lado de las aguas, que los principales castigados han sido nuestros posibles visitantes. El día que caigan las restricciones al suelo y ellos puedan llegar hasta aquí como lo más natural de la vida, lamentarán que les hayan negado durante tanto tiempo la mirada tibia de este pueblo, la alegría de gente tan seria, el coraje de gente tan tierna, lo cardinal de criaturas tan abiertas, la calma de quienes siempre han estado ahí aunque se saben negados, sentenciados y aislados.
Se darán de bruces con cuánto les conocemos y respetamos allí donde han brillado con acciones de buena voluntad. Verán que nos gustan sus buenos escritores, y su buen cine, y la buena música que hacen (especialmente el jazz, cuya sonoridad recordamos melancólicos y adoloridos en aquellos días tristes y terribles de las aguas sobre Nueva Orleans).
El día que las cosas cambien, seremos un punto diferente en sus itinerarios de peregrinos que ya se han bebido al mundo. Seremos la Isla nueva, fresca, que puede descubrirse mas no conquistarse. Hallarán ellos el sitio ideal para el recalo de soñadores y cazadores de fe, justo ahora que la civilización parece haber perdido ilusiones. Cierto es que tropezarán con otro tiempo, con otro orden donde algunas piezas parecerán estar incompletas o dislocadas —no por azar, o porque lo hayamos deseado, sino por razones que habremos de explicar pacientemente y entre las cuales habrá que mencionar el cerco imperial caído como una maldición sobre la Isla—, y eso solo les reforzará la certeza de que, en este país misterioso, no es que las cosas estén consumadas o al borde del precipicio: es que aquí todavía todo está comenzando, en una historia más intensa que larga, cuyo contrafuerte es la sucesión tenaz e imbricada de generaciones dignas y libres.