Hablemos de la coherencia. Me lo ha sugerido un lector con el propósito de advertir que «lo hecho con las manos no se destruya con los pies». Por supuesto, lo más difícil no es destruir, sino construir y preservar. Lo opuesto —demoler, entorpecer, retrasar— compone acciones que resbalan como la mantequilla cuando uno quiere torcer la secuencia lógica y responsable de la conducta o del pensamiento.
Últimamente algunos lectores me invitan a participar en el debate nacional. Y como me escriben cartas o mensajes electrónicos o colocan sus comentarios bajo mis textos en la pantalla digital, los leo y a veces concreto lo que me sugieren. Tratando a veces sus temas, no convierto en un monólogo el acto con el que los lectores leen y comentan lo leído.
Entrando, pues, en la materia de hoy, se me ocurre decir que la posibilidad de que un diálogo se embarranque en un monólogo, puede ser un riesgo muy frecuente. Hace unas semanas aludí a las personas que pretendían dictar la agenda de las discusiones en este o aquel centro de trabajo, con el fin de limitar el debate. Conveniente es que haya un prontuario, una guía de aspectos y problemas que convoquen la participación, pero prohibir, restringir, viene siendo, entre otras definiciones, una falta de coherencia. Y con esa mutilación del propósito democrático, ya uno está en libertad de asumir que cuanto se diga resultará allí un monólogo. Pocos, si existieran, tendrían en cuenta lo oído. Y fíjense que me refiero a lo que puede suceder en uno u otro sitio. Porque el debate al que ha sido convocada la sociedad no es un concurso de monólogos como en algunos festivales de teatro.
Por el contrario, nuestra inquietud ha de radicar en que la discusión, el intercambio de opiniones sobre nuestra realidad discurra coherentemente. Que no lo limitemos, ni lo convirtamos en un disco rayado o en una especie de catarsis para que la gente esté tranquila. Esa intención facilitaría la ausencia de la democracia socialista, que no es una especie de mentidero, de espacio donde se habla como en una psicoterapia colectiva. La democracia, para ejercerse legítima y creativamente, necesita que quien opina sea respetado como ciudadano y que su juicio reciba la garantía de ser considerado.
Como estoy, pues, en un debate con mis lectores, les pido permiso para añadir que la coherencia pierde puntos cuando le exigen gatear la cuerda de la verticalidad. Hace un tiempo, nos referimos a esta propiedad geométrica. A algunos les va muy bien, cuando miran en ángulo recto hacia abajo. Incluso, creen que resolver los problemas de arriba a abajo regula el orden, propicia el ahorro de recursos, las decisiones correctas. Este comentarista piensa un tanto distinto. Como estudié Geometría —al menos unas lecciones— sé que la verticalidad no se puede proscribir. Por ejemplo, las viviendas, para usar productivamente el espacio, deben de crecer rectamente, sobre la vertical, hacia arriba. Pero, cambiando de ejemplo, podríamos añadir que en el campo, en plena ruralidad, el edificio alto no sería coherente. En el campo se necesita la horizontalidad si queremos mantenerlo poblado y trabajado.
Ya vemos, las cosas se mezclan; se apoyan, se combinan y también se excluyen cuando una pretende imperar sobre otras. Y de paso digo, para terminar, que la verticalidad y la incoherencia no son conquistas de la Revolución, ni mucho menos lo mejor de su obra. La Revolución surgió derrochando líneas horizontales, sin excluir las verticales. Que nadie se confunda, porque confundiéndonos echamos a perder con los pies lo que levantamos con las manos. Y con la cabeza.