A veces tengo alguna ventaja sobre ciertos lectores: escribo hoy y también escribí ayer, es decir, desde hace 40 años. Cierto lector lee hoy y tal vez no haya leído ayer por diversas razones, entre ellas la edad. Y me refiero a este supuesto, porque a mi nota sobre el paternalismo, dos viernes atrás, le añadieron este comentario: «ahora todo parece estar muy claro, pero debemos recordar que el paternalismo existente en Cuba se creó en nombre del Socialismo y lo que ahora es una “distorsión”, hasta ayer fue una conquista, un logro».
Debo, pues, empezar aclarando que lo que resultó una conquista de la Revolución fue la igualdad: todos iguales ante la ley y las oportunidades sin que el tener adquiriera privilegios por encima del no tener o tener menos. Luego, las distorsiones ideológicas y estructurales concretaron el papel del igualitarismo y de su afín el paternalismo. Desde entonces, en Cuba hemos andado en polémica con ambas afecciones sociales, enquistadas en los organismos del Estado y cuyos síntomas en la vida económica y política condicionan también una mentalidad promedio de retraso.
Entre otros acontecimientos, recuerdo que el Primer Congreso del Partido Comunista, en 1975, acordó fórmulas contra ambas manifestaciones, y durante el proceso de rectificación de errores y tendencias negativas, a mediados de la década de los 80, también se oyeron críticas contra el igualitarismo y al paternalismo.
En lo que me toca como modesto periodista, sin influencias ni consideraciones especiales, no escribí por primera vez contra el paternalismo y el resto de los «ismos» el pasado 16 de octubre. Con lo cual aseguro que jamás lo consideré una conquista. Si así fuera, tal vez lo hubiera tildado de mala conquista. Y mis palabras de hoy se confirman con las palabras de ayer. Entre un bulto de papeles viejos —mi archivo— hallé esta hoja, ya amarillenta y cristalizada. Contiene un artículo de En Cuba, columna semanal que entonces firmaba en Bohemia. La página se titula La marcha atrás del paternalismo; la fecha corresponde al 18 de mayo de 1990.
Y qué dije. Casi lo mismo que hoy. Puedo suscribir casi letra a letra lo que hace 20 años escribí. Por ejemplo, «nuestro paternalismo social no es principio de doctrina ni de programa. Como en la familia, lo engendra un sentimiento exagerado, una desviación de la justicia. Se acurruca en la conciencia común, y se desmanda, sobre todo, en la vida económica concreta (…) y allí gana aire, sopla y parece la única verdad. (…) Y nos cuesta estimular al más destacado, porque tememos lastimar al menos sobresaliente, y nos cuesta admitir que el más dotado o el más aplicado vivan con más holgura, porque para ser justos ortodoxamente, sin mácula de pifia, creemos que la estrechez hay que distribuirla en porciones similares (…) El paternalismo atenta siempre contra los intereses de la sociedad. Desestimula la eficiencia y perpetúa la ineficiencia».
Veinte años sí son algo. Al releerme, comprendí que muchos de aquellos textos fueron la expresión de una época; reconocí, incluso, que muchos de los temas que comentaba siguen vigentes. Claro, mucho de cuanto allí dije, hoy no podría decirlo igual, incluso escribiría desde otra óptica más crítica, menos emotiva. Los tiempos ya no son los mismos, ni tampoco los sujetos de la sociedad, ni los problemas, ni las aspiraciones de la gente. Ni mis lectores ya son los mismos. Por tanto, he intentado distinguir de entre las ideas válidas, aquellas que caducaron… De otro modo, escribir hoy, como habitualmente uno escribió ayer, sería errar, caminar de marcha atrás. Como el paternalismo.