¿Qué pasa, mi hermano? No te dejes caer, parece decir desde una foto sepia de aquellos días triunfales, mascando el tabaco a sonrisa pura, sombrero, barba y melena montaraces.
Camilo Cienfuegos está condenado a la perpetua juventud, como todos los que parten temprano. Los precoces elegidos del azar. Su imagen insurgente, intocada por los desgastes de la vida —esa larga traza cotidiana que sucede a las revoluciones—, es en sí misma la efigie de un tiempo sin muerte. Camilo es el magma de aquel 1ro. de enero de 1959. Leyenda.
Uno sueña y barrunta hasta dónde hubiera llegado aquel gladiador de la alegría y el optimismo de no caer en un sitio ignoto el 28 de octubre de 1959, cuando apenas comenzaba el más complejo combate por la redención del cubano. Aquel elegido para los arrestos, Señor de la Vanguardia, cuánto nos hubiera alzado en cada hora de peligro o dolor. Uno lo imagina despejándole borrascas a Cuba, asumiendo misiones difíciles, deshaciendo entuertos y neutralizando zancadillas hasta morder triunfos. Uno lo proyecta, lo catapulta hacia el futuro como complemento vivaz de las honduras y gravedades del Che; leal hasta sintetizarlo él mismo en una sentencia callejera: «Contra Fidel, ni en la pelota».
A 50 años de su viaje sin retorno a la inmortalidad —quién sabe qué sitio del mar lo abrazó— asombra todavía su huella en quienes —la abrumadora mayoría de los cubanos— no lo conocieron sino en la bravía estela que dejó sobre la Isla, como un cometa perenne que nos alumbra el camino. Sus proezas lo sostienen en el cariño popular, pero también ese misterio de brotar de la gente común y trasfundirse en ella constantemente: «la imagen del pueblo».
Camilo puede ser un buen vecino a la vuelta de la esquina, un amigo o un hermano. Camilo nunca se fue del barrio y del convite, con su sencillez y ese carisma criollo que le falta a muchos almidonados. Supo compartir con todos la gloria alcanzada, sin asepsias ni vértigos de grandeza. Siguió a ras de tierra. Por eso conservará siempre la brújula, esa potestad que Fidel le otorgó aquella noche de enero, para decirnos si vamos bien, aunque se posen o no las palomas. Para alertarnos si extraviamos el camino.
Por absurda, el pueblo no aceptó su muerte. No se la creyó, al extremo de fraguar el rumor de que había aparecido. Fue otro 1ro. de enero, y luego fue más triste la evidencia de la falsa alarma. Pero Camilo, fiel a la imaginación de los sencillos y anónimos, sigue reapareciendo en los destinos de la Patria, oteando los horizontes en un vuelo sin fin hacia el futuro. Riéndose de las alturas.