Por estos días el pueblo chino prepara los festejos para la celebración del aniversario 60 de la fundación de la República Popular China. Imagino a Zhao Cheng, Li Ping, Liu Xiaoyu, Geng Xiaoming, Ding Wenzhao, Shang Yongsheng, Liu Zhengfa y otros tantos ciudadanos de a pie, entusiasmados con los planes de la fiesta.
Hace seis décadas pocos países apostaban por aquellos hombres y mujeres que se lanzaron a cambiar el curso de la milenaria historia de esa nación. Sin embargo, fue Cuba el primer país de América Latina en reconocerlos, y desde entonces los puentes de amistad que nos unen se han multiplicado y fortalecido. Ahora los avances del gigante asiático dan fe de las potencialidades de un pueblo realmente extraordinario. Varias generaciones han hecho posible que la nación se haya convertido en el país en vías de desarrollo con mayor crecimiento y con más posibilidades de acrecentar el bienestar de los suyos. Sin recetas impuestas, ni fórmulas importadas, sino con la conformación y aplicación de un socialismo con características propias, guiado por el Partido Comunista Chino.
Aunque en el camino han tenido que sortear no pocos obstáculos y errores, hoy tienen muchos resultados que mostrar. No es obra de la casualidad, sino de la laboriosidad y entrega de los chinos, que su país sea la tercera economía mundial, la primera potencia exportadora, el primer país receptor de inversión extranjera y el primer productor de acero. Tampoco lo es el que hayan logrado alimentar, calzar y vestir a sus más de 1 300 millones de habitantes. Además, han logrado duplicar la esperanza de vida de tantos y atenuar el analfabetismo y la mortalidad infantil.
Mucho se han tenido que sacrificar las familias chinas para alcanzar estos niveles de desarrollo por el bien colectivo. La consolidación económica permite ahora colocar al hombre en el centro del proceso transformador que vive la nación. Al mismo tiempo, se buscan cuotas máximas para su felicidad a partir de la construcción socialista de una sociedad armoniosa. La dirección del país se esfuerza por impulsar este objetivo. El enfrentamiento a la furia de la naturaleza, a la amenaza constante de intentos desestabilizadores desde el extranjero y contra aquellos que pretenden desconocer el principio de una sola China, forman parte de las luchas recientes. Sin embargo, ello no ha podido frustrar ni el éxito de los Juegos Olímpicos en 2008, ni los preparativos para la Exposición Universal de Shanghai, en 2010, ni mucho menos las fiestas por el aniversario 60.
Han sido décadas de cambios y logros. En este 2009 los chinos les han dado una gran lección a los poderosos. Mientras la mayoría de los países viven una fuerte recesión, la nación solo sufrió una momentánea desaceleración en el punto más álgido de la crisis y ya logró estabilizar su crecimiento. Su paquete de medidas frente a la debacle consiguió sacar adelante la economía y, por si fuera poco, el presidente Hu Jintao se comprometió a convertir a China en un referente en la lucha contra el cambio climático.
La República Popular China crece, busca soluciones a sus problemas internos, se desarrolla, y lo hace de modo pacífico. Quiere que la comunidad internacional no la vea como una amenaza, mientras ese es el discurso de las potencias occidentales. Por eso cada vez más —y en esto nuestros países se apoyan mutuamente—, trabaja en la defensa del multilateralismo, la paz y la estabilidad mundial.
Creer en la victoria china, como vaticinó nuestro Comandante en Jefe Fidel Castro, no es un gesto de fe ciega en el amigo que ha estado a muestro lado en los momentos más difíciles; se trata de colocar en el lugar merecido a esos millones de seres humanos que trabajan sin descanso para que así sea. Ellos reparten esperanza.