SUELO dar atención diferenciada a los comentarios que mis visitantes cuelgan en las entradas del weblog que tengo en Internet (Cuba Juan).
Los retóricamente ofensivos e intencionalmente petulantes los elimino enseguida. Y no por lo que dicen, sino por cómo lo dicen.
Los que discrepan con respeto y mesura, los publico de buena gana. Y no tanto por lo que defienden, sino por cómo lo defienden.
Los que hablan de amistad tienen garantizado un sitio especial. Por lo que dicen y defienden y por cómo lo dicen y lo defienden.
Preciso esto a propósito de un comentario que un visitante anónimo dejó hace unos días en mi post Divina Chapaleta, crónica que escribí sobre un humilde pero bucólico playazo cercano al litoral de Manatí. El texto del ciber-enmascarado no es ofensivo. Pero ofende. Lean:
«Querido Juan: ¡Cuán desperdicio de talentos hay en Cuba…! Si no vivieras allí tu vida sería diferente y con una libertad sin límites. ¿Sabes cuántas playas como esa hay en el mundo libre? Si pudiera te regalaría un ticket a la libertad para que pudieras dar rienda suelta a tus ideas y reflexiones... Saludos. Un Cubano Libre».
No sé qué pensarán los lectores acerca de esta nota escasa de ética y cargadita de sarcasmo. Cada cual la calificará según sus códigos. Ya varios habituales de mi página —que compila más de 45 mil visitantes en alrededor de cuatro años de existencia— la han fustigado. En mi caso, y sin detenerme en las alusiones del visitante a la libertad —concepto polisémico—, creo pertinente dedicarle una breve glosa.
Toda persona tiene el libérrimo derecho de elegir el lugar del mapa donde desea levantar campamento. También de profesar una ideología, aunque no comulgue con la oficial de su país. Incluso de opinar sobre cualquier tema de manera civilizada. Pero me apenan los seres que se avergüenzan de la humildad de la tierra que un día los acunó.
Doy por hecho que en el mundo existen uhhh… quién sabe cuántas y cuántas playas superiores en calidad y confort a Chapaleta, el plebeyo y remoto «balneario» manatiense. La mayoría son, seguramente, cosmopolitas, con comodidades y lujos suficientes como para pasarla allí de maravillas. Eso parece tan obvio que no amerita discusión.
Chapaleta no cuenta con nada de eso. Es apenas un segmento virgen de costa al que las olas miman y los alisios arrullan con devoción de parientes cercanos. Pero así, desaliñada e ignota, es nuestra playa. Un fragmento arenoso y salobre de patria. No la contrasto ni la menosprecio. La acepto y la quiero así, pobre, tal como es.
Le propongo al forastero anónimo la lectura de estos versos del poeta portugués Fernando Pessoa. Se los escuché a un colega cienfueguero y me parecieron formidables para defender la cubanía en circunstancias como esta. Después tal vez él comprenda mejor lo que intento decirle.
El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea,/ pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea/ porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea.
No tengo prejuicios contra nada ni nadie. Vivo, como millones de cubanos, inmerso en un proceso social singularísimo, que ha sido —y es— cuestionado por unos y admirado por otros. Considero al globo terráqueo, incluyendo sus tres cuartas partes de agua, mi Patria Grande. Pero —¿saben?— profeso un especial cariño por lo que me es adyacente y entrañable. Parafraseando al bardo lusitano, por la playa de mi aldea. A quien desprecia insolentemente lo suyo por enaltecer lo del prójimo, el propio Pessoa le advierte con lirismo.
Sigue tu destino, ama tu vergel, a tus rosas ama./ El resto es la sombra de árboles ajenos.
No sé si habrá entendido algo mi visitante anónimo. Ojalá que sí.