En días recientes los cienfuegueros festejaron en ciudades y barrios con sus carnavales, momento de distensión anual en medio de las vacaciones de gran parte del pueblo.
Más allá de que cumplieron justamente ese cometido en la franja mayoritaria de la población, a algunos, lejos de distenderlos, les aumentó tensiones, enojos… Hubo distintos casos de indisciplina social.
Independientemente de que tales fiestas suscitan hechos semejantes en cualquier parte del mundo, en Cuba existen no pocas condiciones de orden social y educativo que tienden a disminuirlos.
Sin embargo, lejos de evaporarse de nuestro escenario, las indisciplinas sociales —existen gradaciones, pero igual puede serlo romper un banco del parque que caminar sin camisa por la cuadra— persisten al ser alentadas por códigos conductuales y desacertados conceptos de vida en colectividad.
Aunque a la vista de determinadas manifestaciones y comportamientos que apreciamos a diario pareciera todavía más que insuficiente, nuestros medios han hecho bastante durante los últimos años para corregir expresiones negativas en la conducta y otras deformaciones.
Disímiles campañas de bien público, menciones profilácticas o mensajes educativos no solo han auscultado los fenómenos que empañan la actitud cívica del cubano común, sino que sugieren métodos o estrategias para combatirlos.
La televisión quizá se lleva las palmas en tal sentido. Su serie denominada Por la utilidad de la virtud —conocida entre los televidentes por ¿Grabaste?—, lo más fresco en tal camino, va directamente contra las anomalías más corrientes de nuestro cuerpo social.
Sin moralina, pero sí con valiosas moralejas, en estos breves pasajes visualizamos buena parte de todo aquello con cuanto convivimos: desorden, estridencia, ilegalidades, falta de educación formal…
¿Grabaste? constituye material fecundo para cultivar las mejores normas de convivencia en las generaciones emergentes, eventualmente confundidas ante mensajes de emisores diversos que las inducen a violentarlas o cuando menos a ignorarlas.
Algunos televidentes sostienen, sin embargo, que ese espacio peca de ingenuidad e incluso distanciamiento en su visión didáctica de determinados lastres de nuestra cotidianidad. Ciertos males están tan enraizados que nada puede resolverse con un grupo de mensajes televisivos, dicen.
Puede que esa visión prevalezca en quienes no alberguen esperanzas en el mejoramiento humano. Yo, con permiso de Carpentier, «nada espero de los que nada esperan» y sí estimo, por el contrario, que ayudan y mucho.
Si las personas graban o no lo que se alerta allí, depende mucho de su grado de compromiso con la sociedad y, sobre todo, de su deseo de verla más pura y noble.