Umberto Bossi, el político que una vez pidió bombardear las lanchas en que los africanos llegan a las costas de Italia, dijo recientemente que cuando los italianos se vieron obligados a emigrar, «iban a trabajar y no a matar a la gente», que es, en su opinión, lo único que saben hacer los inmigrantes pobres en la península.
El líder del partido Liga Norte (que busca escindir el rico norte de Italia del más atrasado sur) ha olvidado quién fue, por ejemplo, Lucky Luciano, un pillo siciliano que, junto a sus secuaces, hizo de todo en EE.UU., desde traficar heroína hasta balacear a mansalva. Retama de guayacol, en suma, no obreros amables, entregados a hacer prosperar la sociedad que los acogió.
Paso, por supuesto, del absurdo de homologar a la inmigración italiana con una banda de delincuentes. ¡Ese precisamente es el grave error de Bossi! El esfuerzo, la dedicación al trabajo y la integración de los italianos en los países receptores (EE.UU., Argentina, Suiza, Alemania, etcétera), fueron ejemplares. Pero esa sana diferenciación no la hace el gobierno derechista de Silvio Berlusconi, pinchado por la Liga Norte, su vital aliada parlamentaria.
La última perla es una ley que le pone más púas al alambre. Desde el 8 de agosto, la inmigración irregular figura como delito. Además de endurecer los requisitos para obtener la ciudadanía mediante el matrimonio con un nacional, se aplicarán multas de hasta 10 000 euros a los «sin papeles», que también pueden ser detenidos durante seis meses. Y ¡ay del italiano que dé cobijo a uno de estos!, porque se le promete una «feliz» temporada entre rejas.
Ahora bien, lo que más alarma es la creación de «patrullas ciudadanas» para detectar a los ilegales. Se compondrán de entre dos y tres individuos, psicológicamente «examinados», que harán rondas. No podrán —se dice— llevar armas, ni acompañarse de perros. Todo por la «paz» de los italianos.
Obrando así, el gobierno de Berlusconi ignora que los sujetos dignos de vigilancia no encajan en miras tan estrechas: «¿Ese parece nórdico? Déjalo, que es bueno. ¿Aquel es congolés? ¡Atrápalo, es peligroso!». Inmigrante bueno, inmigrante malo. Demasiado básico. Inhumano.
Por otra parte, los «voluntarios» de las patrullas harán una faena que les corresponde a las autoridades. ¿Alguien garantiza que a ninguno de ellos se le «vaya la mano» en su encomienda parapolicial, y ocasione alguna que otra torcedura de cuello?
Gracias a la denuncia de sectores como los sindicatos y la Iglesia, el gobierno tuvo que rebajar algunos de los términos iniciales del proyecto de ley (por ejemplo, los médicos estaban obligados a denunciar al indocumentado que acudiera a solicitar atención), pero no deja de ser inmoral ese safari contra los que cruzan el Mediterráneo en busca de pan para su familia y trabajo para sus brazos, «porque hay trabajos —no se puede negar— que los italianos no quieren hacer», aseguró un dirigente sindical al diario español El País.
Y está claro: si ese engendro «legal» da resultados, ya veremos a algunos como Bossi o Berlusconi, pasando algún cursito de plomería. Si no queda quien lo haga…