Empiezo sentando una necesaria premisa: siento afición por los perros, a los que hace tiempo dediqué aquí una amable columna (Perro amor) y los he tenido en casa solo cuando contaba con todas las condiciones para proporcionarles una afectiva atención responsable. Pero me declaro alérgico a las desmesuras y los excesos, como los que presencié durante los años que residí temporalmente en Nueva York por obligación profesional. Perplejo recorrí una vez una tienda en la avenida Lexington que vendía la más inusitada variedad de artículos para esas mascotas, que incluían ropajes con diseños exclusivos, botines, collarines y collares, champús y hasta espejuelos para el sol. La sección de alimentos exhibía un interminable repertorio de sabores, olores y colores en envases de lujo. Así la posesión de un canino deja de concebirse para la protección y la compañía y funciona, contra natura, como un mero adorno de lujo y ostentación.
Todo podría pasar tal vez como un raro excentricismo de adinerados opulentos, si no fuera porque a pocas cuadras, en la sede central de la ONU, representantes de países pobres con justa y frecuente cólera reclamaban una verdadera y efectiva contribución al enfrentamiento del hambre, en un mundo en que la pobreza extrema se extendía a cerca de un millón de seres humanos. En una de esas sesiones el viceministro cubano del MINREX, Abelardo Moreno, puso en rojo sobre la mesa las astronómicas cifras de dólares, del orden de miles de millones, que los países ricos dilapidan cada año en sofisticados alimentos caninos y productos cosméticos de marcas, sin cumplir una engavetada promesa de aportar apenas el 0,7 por ciento del Producto Interno al desarrollo de los más desfavorecidos.
Las imágenes contrastantes de aquellas vivencias me visitaron en ráfagas cortantes pocos días atrás, mientras miraba en un canal de televisión uno de esos reportajes que llegan a disfrutarse cuando se está desprevenido, con la guardia baja, en el que se proyectaba una ciudad de maravillas para el mundo animal. Un correcto y piadoso cuerpo de dedicados policías especiales investigaba casos de perros maltratados, la hipotética cara opuesta de los agentes uniformados que a sangre y fuego persiguen, hostigan y atrapan a emigrantes latinoamericanos. A los animalitos rescatados se les somete después a un riguroso examen médico veterinario mediante equipos de diagnósticos de última generación.
Mirando las enternecedoras escenas, la más elemental sensibilidad impide olvidar que sucesivos gobiernos de esa sociedad en la que se mistifican imágenes, impiden la venta a Cuba de componentes médicos esenciales para niños que padecen cáncer, y castigan con severidad a empresas que le suministren, aunque sea por terceros países, bienes indispensables para la salud de la población y para salvar vidas, en virtud de un bloqueo que la actual administración mantiene intacto.
Nada de esto último aparece en los espacios de los conglomerados mediáticos dominantes que fabrican historias edulcorantes o sensacionalistas, como tampoco las perturbadoras visiones del hambre y la desposesión en Asia, África y América Latina. Por estos días el llamado continente negro encontró sitio en los medios, pero apenas como escenografía de fondo para focalizar a la secretaria de Estado Hilary Clinton, en visita que apunta exclusivamente hacia los intereses de la superpotencia. El hambre y la pobreza si acaso se deslizarán como sombras incómodas que los medios tratarán de exorcizar.
Cuánta elaborada perfección. Cuántos canallas contrastes.