Como aquello de que si tiene cuatro patas, camina por los tejados y maúlla es un gato, ¿qué es si un grupo de militares saca de su casa en la madrugada a un presidente elegido democráticamente por el pueblo, lo monta en un avión a punta de pistola y lo aterrizan en un país extranjero?
La respuesta, a pesar de lo simple y clara, no parece ser aceptada por el Cardenal de Honduras. De acuerdo con las declaraciones de Oscar Rodríguez Madariaga, cardenal de la República de Honduras, a la televisión de aquel país, lo que sucedió fue un acto «democrático y constitucional». Por supuesto que el purpurado hondureño no mencionó el o los artículos de la Constitución que justifiquen tan salvaje acto. El jefe de la Iglesia no los nombró porque, sencillamente, no existen. En ningún artículo de la Constitución de la nación centroamericana se indica que el Ejército, el Congreso o la Corte Suprema de Justicia tengan la potestad de realizar semejante acción.
El cardenal Rodríguez Madariaga alega que no estaba en el país el día del golpe y que, por lo tanto, no se le puede acusar de haber participado en la preparación del mismo. ¿Qué importancia tiene si estaba él o no en Honduras el 28 de junio? En definitiva, si no participó en la preparación del artero acto, se convirtió en cómplice cuando se fue a la televisión local y justificó las acciones de los golpistas.
Tengo en mi poder una entrevista que le realizó el sitio digital salvadoreño El Faro Digital, en la que el Cardenal se pasa constantemente con fichas cada vez que el entrevistador le pregunta sobre el apoyo al golpe. Ni el genial Cantinflas se hubiese expresado mejor: «Muchos han dicho que apoyamos un golpe. No, no apoyamos un golpe». Y entonces, ¿qué diablos apoyó? Cuando el entrevistador asevera: «Ud. al menos sí lo califica de golpe», el Cardenal contesta: «Mire, en el exterior hay una percepción que solo a través de un golpe de Estado se puede cambiar un gobierno, pero ese proceso no se puede entender si no es a partir del 23 de marzo. En los últimos días antes del 28 (de junio) hay una constante violación de leyes por parte del poder Ejecutivo.»
Si es cierto, como el Cardenal afirma, que el presidente Zelaya estaba violando las leyes, ¿por qué él mismo no utilizó su gran influencia política para que la Corte Suprema lo acusara formalmente? ¿Por qué no utilizó su gran amistad con su ex alumno para aconsejarle que no violara las leyes? ¿Qué clase de Constitución debe de existir en Honduras que, según los golpistas y sus secuaces, el Presidente no le puede hacer una consulta al pueblo que lo eligió?
Y prosigue el Cardenal: «Bueno, Ud. conoce los documentos que prueban que las instituciones operaron correctamente y se cumplió la Constitución». Pero ¿qué es esto? ¿Dónde están esos documentos que nadie ha visto? ¿Serán como aquella supuesta carta de Zelaya renunciando a la presidencia?
El Cardenal continúa: «Mire, el Presidente es mi amigo. ¡Incluso fue mi alumno! Y siempre ha tenido mucho respeto por mi persona». Será que el Presidente siempre ha tenido mucho respeto por el Cardenal, pero este, evidentemente, no respeta al Presidente, acusándolo de violador de leyes, de antidemocrático y de anticonstitucional.
Le pregunta el periodista: «Los opositores al golpe dicen que Ud., que la Iglesia, se ha puesto al lado de las élites». Respuesta del Cardenal: «Porque no escuchan». ¿No será al revés, que sí escuchan perfectamente claro lo que dijo y que han aparecido retratos tachados de él en las calles de Tegucigalpa con el apelativo de «golpista»?
El periodista insiste: «¿La de la Conferencia Episcopal fue una decisión moral o política?» Y responde el Cardenal: «Política no puede ser... A nosotros lo que nos mueve es la ética». ¿Qué ética? ¿La de apoyar a una partida de delincuentes en un acto criminal?
En el 2005, a la muerte de Juan Paulo II, el nombre del Cardenal fue mencionado como posible sucesor. Parece ser que el Espíritu Santo movió la mano para evitar que este caballero se pusiera las sandalias del pescador.
*Lázaro Fariñas es periodista cubano residente en Miami.