Hago esta confesión: la unanimidad nunca me ha favorecido. Hoy menos que en cualquier otro momento, porque sostengo este criterio: Cuba cambia. Y sin embargo, el mensaje de un lector dice lo contrario: Una vez se habló y ya «los medios de comunicación no hablan de cambios...».
¿Es el único de mis posibles lectores con esta opinión? No, no es el único. Desde diversos ángulos expresan sus inquietudes por el destino de la Revolución. Es decir, no desean que se trunque, se pierda, sino que se despeje el tránsito hacia el socialismo. Y añaden: Que no demore.
Tengo que agradecer como periodista que varios lectores intercambien conmigo sus dudas, o que defiendan opiniones distintas a la mía. Y ello me gusta. Qué interés podría tener en escribir si no suscitara polémica o inspirara a algunos de cuantos me leen a completar mis ideas o a rechazarlas. Y siendo consecuente con el modo de ejercer este oficio, me parece que Cuba sí cambia. Cambia en el sentido revolucionario de modificar anticuadas e inefectivas normas y métodos.
Pónganse a pensar en si los últimos decretos-leyes —echando a un lado los iniciales traspiés de su aplicación— no tienden a promover estructuras que descentralicen, que faciliten el concurso de los ciudadanos en la solución de los problemas que los aquejan. Tierra que se distribuye a productores individuales; cambios salariales destinados a estimular en verdad a quien de verdad trabaja; el pluriempleo, que ensancha la libertad y el derecho de trabajar...
He mencionado, desde luego, los cambios más públicos. Si alguno de los lectores se queja de que la información no fluye, también yo, profesional de la información, tengo que, para enrumbarme, intentar leer en los sótanos de discursos y documentos. Y que no se interprete como una demanda o reivindicación gremial. Más bien, por el momento creo entender la cautela, el sigilo de un proceso modificador que, poco a poco, tendrá que alcanzar los conductos definitorios de una economía racional. Como dijo el clásico en español antiguo: Cosas veredes... me parece.
Ahora bien, me parece también que, porque se prevén los riesgos de no cambiar «lo que deba ser cambiado» en las circunstancias específicas de Cuba, también hay peligro al aplicar modificaciones demasiado aprisa, sin madurarlas en el pensamiento, el debate y el ensayo. El economista Gonzalo Rubio Mejías —asiduo y lúcido comentarista de mis columnas— dice apreciar que en «dependencia de la madurez de los cuadros y de los jóvenes dependerá la rapidez, la calidad y perdurabilidad de lo que hagamos». Y piensa además que «siempre habrá cosas que estratégicamente hay que defender: la unidad de los cubanos en torno al proyecto humanista; la participación popular real y efectiva que demanda la construcción del Socialismo; las transformaciones acogidas a la ética revolucionaria».
Ahora, los puntos suspensivos. El espacio se ha restringido, y comprendo las decisiones de JR para ofrecer variedad en sus páginas. Y comprendo también que la gente dude. Los ciudadanos necesitan oír voces que le lleven la certeza de que el país y la Revolución no andan a tientas.