El mensaje de un lector pregunta «qué hemos hecho mal para que tengamos que restablecer tantas cosas». Y confiesa que le duele el término restablecer, porque implica que lo establecido una vez se «desestableció» en algún momento. Uno comprende que el remitente siente el melancólico disturbio de la pérdida. Pero si tenemos la oportunidad de restablecer, de refundar, aprovechemos la nueva oportunidad. Y démosles a ambos términos un sentido más completo: restablecer o refundar previendo que esas cosas cuya pérdida se lamenta, puedan perdurar sin trastornos.
Desde luego, hablo solo como periodista que piensa un tanto políticamente. Algo he aprendido en el vivir. Algo también sé de valores y tesoros perdidos. Lo que se pierde deja el vacío, la nostalgia, incluso la desconfianza. Pero para restablecer habrá, primeramente, que reflexionar en eso mismo que nuestro lector pregunta: qué habremos hecho mal. Con lo cual, estaremos cimentando, con base firme, la reconstrucción de lo perdido, para ser nuevamente hallado.
Un detalle curioso: al meditar en nuestros probables errores, uno puede percatarse de que tal como establecimos lo que hoy sentimos perdido, el destino era precisamente la pérdida. Parece fácil comprenderlo ahora; antes, no, por la relativa oscuridad que los afanes acometidos con sumo fervor, pueden ocasionar. Porque entre las urgencias de llegar a las estaciones previstas en un itinerario nutrido por ideales de igualdad y sueños de mejoramiento, puede la carreta ubicarse delante de los bueyes y no verse la distorsión hasta tanto la yunta se canse de empujar con el frontil la mole que apenas avanza. Resulta evidente: lo que se hala, al menos cuesta arriba, llega más rápido y seguro que lo que se empuja en un denuedo de la voluntad.
Hoy, cuando lamentamos la pérdida de la productividad, y la disciplina laboral, la financiera, la económica, la vial, la escolar... nos inquieta cómo restablecerlas. ¿Acaso volviendo a atornillar las juntas, los angulares, las vigas en la misma posición, con las mismas herramientas? Si nos empeñáramos sobre el mismo diseño, tal vez usaríamos el sistema de reconstruir sobre el mismo error con la misma visión total o parcialmente errónea de un momento.
Soy sincero al afirmarlo: me regocijo que podamos restablecer. Restablecer en la continuidad de principios y fines, pero con la suficiente madurez para reconocer que lo que ya no pudo ir más allá y se deshizo, necesita de la dialéctica del cambio. Un cambio que empiece por demoler estructuras mentales acomodadas a vías y métodos que ya recibieron, por mano de ese aduanero riguroso y severo que es la vida, el sello de «material en mal estado». Por ejemplo, ¿podríamos lograr estimular el trabajo sin cederle al individuo una parte de la responsabilidad sobre sus necesidades y aspiraciones?
Me parece que ello podrá lograrse con el nuevo Decreto Ley 268, que modifica el régimen laboral. Cómo podía convertirse el trabajo en único y legítimo origen del bienestar de los individuos, la familia y la sociedad, si el trabajo reducía su alcance por la rigidez del orden que lo regimentaba. Por tanto, lo más recomendable ahora resulta reconstruirnos sobre «lo hallado». No sobre «lo perdido».