Este sábado, en Alemania se vota por un nuevo presidente. No, no es un ejercicio electoral tradicional, en el que los ciudadanos van y votan: quien elige es un grupo mucho más reducido. Ni se trata, tampoco, de un mandatario con poderes extensos, al estilo de Estados Unidos. Pero el signo de esta elección puede pesar en los comicios legislativos de septiembre. Y esos sí que definen.
Gesine Schwan y Horst Kohler en pugna por el Palacio Bellevue, sede de la Presidencia Dos son los principales candidatos: uno, el actual presidente Horst Kohler, aupado por los conservadores de la Unión Cristiano-Demócrata (CDU), aspira a sentarse otro lustro en el butacón más distinguido del país. La otra, a quien le encantaría arrebatárselo, es la académica Gesine Schwan, del Partido Socialdemócrata (SPD), y cuyos resultados en los sondeos no son espectacularmente favorables en comparación con los de aquel.
Antes de seguir, y ya que lo anuncié, enterémonos de qué hace un jefe de Estado germano: dicha figura es vista como la mayor autoridad moral del país, distante de las batallas más o menos ácidas entre gobierno y oposición. Es el máximo representante de la nación en el exterior, nombra a los miembros del gabinete y tiene potestad para disolver el Bundestag (cámara baja del Parlamento), aunque no puede vetar las leyes emanadas de este.
Al presidente lo elige la Asamblea Federal, integrada por todos los miembros del Bundestag (hoy 612), más igual cifra de ciudadanos escogidos por sus méritos en los 16 estados federados. La votación suele ser el 23 de mayo, en memoria del día de 1949 en que se promulgó la Ley Fundamental (Constitución), que definió a Alemania como «Estado de Derecho», organizado como una federación (con competencias repartidas entre el poder central y los estados federados), y con carácter de «Estado social», obligado a garantizarles un sustento digno a los más desfavorecidos.
Precisamente en este último aspecto (el social), el conservador Kohler ha puesto énfasis en tiempos recientes, con sus críticas a la élite financiera por su falta de previsión ante la crisis, su denuncia contra el «capitalismo de casino», y su pedido de un Estado más fuerte, con mayor capacidad para controlar el mercado.
Sutil metamorfosis la de Kohler, ex director del Fondo Monetario Internacional, la desacreditada institución que, durante décadas, condicionó la entrega de créditos a los países pobres solo si sus gobiernos dejaban las manos libres al mercado, impulsando programas de privatización a los que no escapaba ni el agua de beber, y exigiendo el pago de leoninos intereses por concepto de deuda externa.
Curiosamente, el hoy presidente germano estaba al frente del FMI cuando, en 2001, estalló la crisis en Argentina, alumna modélica de las recetas económicas de esa entidad. A los muertos en los levantamientos urbanos, a los ahorristas cuyos dólares quedaron retenidos en los bancos, les encantaría escucharle ahora a Kohler su bella ejecución de esta «sinfonía del Estado fuerte».
La doctora Schwan no la cree auténtica. Según la cadena Deutsche Welle, la socialdemócrata, quien centra su discurso en una mayor participación ciudadana en los destinos del país, ha advertido de estallidos sociales a finales de 2009, cuando cientos de miles de contratados temporales queden en la calle. Kohler la acusó de desatar el pánico, y ella le devolvió la misma pelota.
Vamos rápido a la votación. La conjunción de conservadores y liberales da 604 votos para Kohler, quien es además el político mejor valorado por la población. Mientras, la unión entre socialdemócratas y verdes, más el partido La Izquierda, llevan la cuenta a exactamente igual número para su contrincante. Y hacen falta 613 votos.
Según los expertos, es Schwan quien tiene una bicicleta y está parada ante las cataratas del Niágara. Para ganar, tendría que asegurarse el sufragio de una decena de autodenominados «votantes libres», pero sobre todo ¡ser apoyada por La Izquierda! Y esto ya es un tabú en el SPD, que ha preferido privarse de gobernar en algún que otro estado federado antes que consentir ese respaldo.
Si la socialdemócrata aceptara, la CDU haría zafra con la fábula de que al SPD no le da calambre aliarse con los herederos de quienes rigieron la ex República Democrática Alemana.
Luego, en septiembre, cuando los votantes sí acudan a elegir al nuevo gobierno (y ni la CDU ni el SPD pretenden reeditar la actual «gran coalición»), el fantasma estará asustando detrás de las urnas: «El SPD es capaz de aliarse con los comunistas; vota por los conservadores».
Atención, pues, a esta llovizna de primavera. No hará mucho lodo, pero ayudará a entender mejor el temporal de otoño.