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Pfizer limpia sus muertes con dinero

Autor:

Juventud Rebelde

Las verdades que el inglés John Le Carré denunció en su novela El jardinero fiel (The Constant Gardener), llevada al cine por Fernando Meirelles, retumban más que nunca hoy en África, a la que muchas empresas farmacéuticas ven como el establo o el campo de concentración donde probar sus proyectos de medicamentos, aunque pongan en peligro la vida de muchos inocentes. En un continente donde es común que personas mueran de sida, tuberculosis, cólera o paludismo, ¿qué más da que perezcan unos cuantos por ensayos clínicos?, piensan las macabras mentes.

Según la trama de Le Carré, una empresa farmacéutica está probando un nuevo medicamento contra la tuberculosis en un lugar remoto de la geografía de Kenya, a pesar de estar consciente de que el producto tiene efectos secundarios letales en algunos de los seres humanos que integran la muestra del ensayo clínico. Sin embargo, la compañía no puede echarse atrás, pues abandonar la prueba significaría perder años en estudios que podría aprovechar la competencia, y sobre todo, perder millonarias sumas de dólares.

Y experimentar en los países del Primer Mundo, ni pensarlo. Se necesitan personas sumidas en la más absoluta pobreza e ignorancia.

Pero no les contaré una novela, sino sobre cómo al parecer el mayor consorcio farmacéutico del mundo, el estadounidense Pfizer Inc, puede salir bien parado, a pesar de las atrocidades cometidas, precisamente, en Nigeria, otro de los países que conforman el extenso y barato laboratorio de estas multinacionales. Muchas especulaciones refieren incluso que este hecho inspiró el libro de Le Carré.

En 1996, Pfizer, famosa por producir la Viagra, tomó como conejillo de Indias, en el estado nigeriano de Kano, a unos 200 niños de entre tres meses y 18 años de edad, enfermos de meningitis pero no desnutridos ni portadores del VIH-sida, para probar sin licencia su antibiótico Trovan.

Nigeria enfrentaba entonces una virulenta epidemia de meningitis que provocó la muerte de 11 000 personas, y en su experimento, Pfizer trató a cien niños infectados suministrándoles Trovan, mientras a los otros les dio Rocephin (ceftriaxone) —de la transnacional rival suiza Hoffmann-La Roche—, pero en dosis muy bajas.

Por supuesto, la empresa no dijo que probaría el medicamento, sino que se ofrecía para combatir la epidemia, para lo cual se instaló muy cerca de un puesto dirigido por Médicos sin Fronteras que brindaba tratamientos de efectividad comprobada, y reclutó a sus víctimas entre la multitud reunida en el Hospital de Enfermedades Infecciosas de Kano. Dieciocho meses después, Juan Walterspiel, entonces empleado de la compañía, escribió una carta al jefe ejecutivo de Pfizer, William Steere, en la que denunciaba que la operación «había violado normas éticas», al probar un medicamento sin licencia que provocó la muerte de al menos 11 infantes de los 200 que lo tomaron, además de fallos orgánicos y daños cerebrales en otros. La denuncia le costó a Walterspiel su puesto de trabajo en Pfizer, aunque la empresa alegó que el despido no estaba relacionado con la revelación.

En 2007, luego de varias demandas particulares de las familias de los afectados y otra de las autoridades de Kano, el gobierno central nigeriano sentó en el banquillo de los acusados a Pfizer, pidiendo unos 6 500 millones de dólares por los perjuicios de lo que se conoce como el «Test de Trovan en Kano». Sin embargo, el consorcio podría lograr que se retirara el reclamo en su contra si llegaba a un acuerdo extrajudicial con las autoridades locales.

Hasta ahora, fuentes cercanas a las negociaciones refieren que el arreglo pudiera rondar la suma de 75 millones de dólares, que incluirá el pago de Pfizer de diez millones en costos legales, 30 millones al estado de Kano y 35 millones a las víctimas y sus familias. Una bicoca para Pfizer, que en ese entonces contaba con unos 100 000 empleados —luego tuvo que reducir su plantilla— y ventas anuales de alrededor de los 32 800 millones de euros. Mucho menos que los 600 millones de euros invertidos en preparar el campo para lanzar al mercado su veneno, o que los 68 000 millones con los que compraría a su rival estadounidense Wyeth, según anunció a fines del pasado enero.

No obstante, la transnacional no deja de defenderse y explica que solo cinco niños murieron después de tomar Trovan, y seis tras recibir inyecciones de la droga certificada Rocephin. Así de simple, como si se tratara de bolsas de cacao echadas a perder.

Pero la vida confirmó la verdad. Poco después de que la compañía se escabulló de Nigeria, y mientras comercializaba su producto en EE.UU. y Europa, Trovan fue retirado por la Administración de Alimentos y Medicamentos del gobierno norteamericano (FDA, por sus siglas en inglés) debido a que muchos pacientes que lo consumían, comenzaron a sufrir daños en el hígado, incluso algunos murieron y otros tuvieron que ser sometidos a trasplantes.

Ahora, Pfizer pretende limpiarse con unos millones.

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