Por fortuna, ese tiempo ha quedado superado, aunque «donde hubo fuego...». Así, las agencias de noticias traen por estos días informaciones que no desearíamos escuchar: una, que la Comisión Independiente de Control ha documentado cómo grupos minoritarios desgajados del IRA —el IRA Real y el IRA de la Continuidad, que no aceptan al nuevo gobierno de poderes compartidos entre católicos-independentistas y protestantes-unionistas—, han lanzado ataques contra el servicio policial de Irlanda del Norte, con una frecuencia mayor entre marzo y agosto de este año.
Del otro lado, la UDA, cuyo proceso de desarme no ha sido tan exquisitamente verificado como el del IRA, ha salido últimamente a llamar a sus simpatizantes a «prepararse para la batalla» contra los independentistas y en de-fensa de la «identidad británica» de la que es aún una provincia del Reino Unido.
No deja de asombrar que, a pesar de este tipo de frases, y de que denomina como «racista, ignorante y fanático» al partido independentista Sinn Fein, la UDA ponga el parche para aclarar que será una batalla «no violenta». ¡Válgame Dios, y cuánto los ayuda el vocabulario y la arenga «pacifista»!
De Irlanda del Norte se ha comentado bastante en estas páginas, pero habría que refrescar algunos datos. Se trata de seis condados que en 1921, cuando el resto de la isla se emancipó del Reino Unido, quedaron bajo el dominio británico por tener una mayoría de población descendiente de los colonos ingleses y escoceses protestantes. Los atropellos y la discriminación contra la minoría irlandesa independentista y católica derivaron en una espiral de violencia durante casi todo el siglo XX, hasta que los Acuerdos de Viernes Santo, de 1998, dieron paso al establecimiento de un gobierno compartido entre ambas comunidades y al reconocimiento de un derecho: si en el futuro, consultados en las urnas, los habitantes de la provincia desearan integrar el territorio en la República de Irlanda, Londres respetaría el resultado.
Pero al proceso, por supuesto, no le han faltado escollos nacidos de la desconfianza mutua. En este momento, por ejemplo, el gobierno de poderes compartidos, encabezado por el primer ministro Peter Robinson (del probritánico Partido Democrático Unionista, DUP) y su vice, Martin McGuinness (del independentista Sinn Fein), ¡no se reúne desde antes del verano!
El motivo de esta discordia es la falta de acuerdo sobre la devolución de las facultades al gobierno local para que decida en materia de justicia y de seguridad policial, tal como hace normalmente Escocia, otro de los países integrantes del Reino. El plazo para la transferencia de esos poderes desde Londres vencía en mayo pasado, pero el DUP —¡obvio!— está tan interesado en que la provincia gane más autonomía, como Drácula en comprar una ristra de ajos. Por ello arguye pretextos como el supuesto mantenimiento del «consejo armado» del IRA, a pesar de que la Comisión Independiente de Control ha certificado el desmantelamiento de esa instancia.
¿Quién le saca provecho a la paralización? Adivinaron: los extremistas de ambos bandos, quienes disfrutan con el cumplimiento de sus teorías: «¿Lo ven? ¡No se puede confiar en esos?», es la frase que se le pudiera escuchar a un miembro del IRA de la Continuidad, pero también a uno de sus adversarios de la UDA, o de la también unionista Fuerza de Voluntarios del Ulster.
Las autoridades británicas y las de la República de Irlanda, auspiciadoras del proceso de paz, no pueden quedarse de brazos cruzados mientras otros andan buscando motivos para entrarse a puñetazos nuevamente. Si la violencia se aviva y cobra vidas inocentes, habrá represalias, y a estas, les seguirán otras, y cuando vengamos a ver, tomará todo el siglo XXI volver a sentar a los contrarios a la misma mesa...
Otra vez no, por favor...