Primero el llanto. El ministro de Finanzas, Alistair Darling, les dirigió el martes un discurso en el que ignoró los reclamos de subir los salarios ante el encarecimiento del costo de la vida, e hizo oídos sordos al pedido de imponerles tasas a las seis principales compañías energéticas del Reino Unido, que están haciendo su agosto con los altos precios de los combustibles, y de aumentar los impuestos a los ricos para ayudar a las familias a enfrentar la desaceleración económica.
Ahora, el «bien querer». Un día después, la vicejefa del Partido Laborista, Harriet Harman, le lanzó al mismo auditorio una arenga que dejaría patitieso, por su radicalidad, a cualquier sindicalista de base. Habló de la necesidad de combatir la brecha de oportunidades entre ricos y pobres, de la importancia de la igualdad «para los individuos, para una sociedad pacífica y para una economía fuerte», y censuró el hecho de que la expectativa de vida era mucho mayor para un británico rico que para uno pobre...
¡Bravo! Sorprende este crítico apego a la realidad, si se compara con la actitud de piedra de Darling, el hombre que tiene el maletín del dinero. Y es que ambos —él y Harman— son miembros del mismo partido, y muy cercanos al primer ministro Gordon Brown, quien a su vez estuvo a cargo del maletín cuando Tony Blair era el director de la orquesta.
Cómo hacer para que dos más dos sea igual a cinco, es una matemática que tendrán que resolver a lo interno los laboristas, al ofrecer estos dos mensajes contrapuestos a quienes son su principal apoyo: los sindicatos. De ellos precisamente salió el partido, a finales del siglo XIX, y a ellos, a sus donaciones, les debe buena parte de su financiación.
En Brighton, estas organizaciones presentaron reivindicaciones concretas. «No es justo que los empleados se enfrenten a una caída en sus niveles de vida, mientras los jefes ven aumentar sus paquetes salariales en un 20 o un 30 por ciento», dijo el líder del Congreso de Sindicatos, Brendan Barber, para llamar la atención sobre el hecho de que el pastel no se reparte como debiera.
Pero pudiera ser más fácil que el Big Ben se convierta en un reloj cucú antes que el gobierno ceda. De hecho, si se quiere comprobar hasta dónde puede llevarse un forcejeo con los obreros, podría recordarse el conflicto entre la conservadora Margaret Thatcher y los mineros del carbón, en 1984, ganado por ella tras un año de pugnas. Solo que un episodio de no entendimiento aquí puede tener un costo para la formación en el poder (*). «Estoy muy decepcionada, después de haber gastado mi vida apoyando a los laboristas. Espero que tomen nota», dice la sindicalista Glenys Morris, citada por la BBC, mientras Roger King adopta un tono más severo: «No pueden hacer esto y pensar que serán reelegidos».
De momento, si hace poco más de una semana fue Darling quien anunció la severidad de la crisis económica que se aproximaba, días después fue la Comisión Europea la que ya pronosticó que Gran Bretaña entrará en recesión en 2009. Al enterarse, el primer ministro Brown aseguró que su país está mejor posicionado que otros para hacerle frente, y que «puede endeudarse más durante este período de dificultades para mantener creciendo el nivel de inversión pública e incentivar a la economía». O sea, mayor gasto. ¡¿Y por qué no se les dio esta señal a los sindicatos?!
Por si acaso, y aunque no hubo consenso para una huelga general, varios de estos sí avisaron que en los meses venideros habrá protestas. De modo que, o se toman con mayor atención las preocupaciones sociales de Harman, o el invierno pudiera avecinarse algo más caliente.
Y no por el cambio climático...
*Los laboristas comienzan su conferencia anual el próximo sábado en Manchester, en momentos en que Brown enfrenta una revuelta de varios de sus propios diputados, que piden su dimisión, dada la abrupta caída del partido en las encuestas a los electores.