«¿Qué pasará en Bélgica el 15 de julio?», me preguntaban unos jóvenes belgas días atrás, para que compartiera mi punto de vista sobre la inestabilidad política que vive su país, sede de las principales instituciones de la Unión Europea.
Este comentarista, que se mantiene al tanto del acontecer de esa nación solo a través de las noticias de las agencias de prensa, dijo sencillamente que la vida continuaría su curso y la unidad nacional seguiría intacta (en Bélgica, como en el resto de los Estados de Europa occidental, no suelen hacerse las cosas por capricho, como sí ocurrió en la provincia serbia de Kosovo), a pesar de las tensiones separatistas avivadas por los políticos flamencos, deseosos de mayor autonomía (y de posterior independencia) para Flandes, el próspero norte de Bélgica, de lengua holandesa. Ellos habían dado de plazo hasta el 15 de julio para que el gobierno del democristiano flamenco Yves Leterme sacara adelante su propuesta de reforma institucional, pero su propio partido lo rechazó por entender que no era suficiente. Por ello, el primer ministro presentó su renuncia al rey Alberto, que no la ha aceptado aún.
¿Qué desean concretamente los partidos flamencos? Pues obtener mayores competencias en sanidad, empleo, seguridad social, circulación e inversiones, algo a lo que se oponen los partidos de Valonia (al sur, de habla francesa, una región menos adelantada y con un desempleo tres veces mayor), quienes ven en esto un rejuego que empuja hacia la partición del país.
Pero el paraguas de la reforma se trabó además en el tema del distrito capital: Bruselas-Halle-Vilvoorde, donde la lengua principal es el francés, pero que está enclavado en Flandes. Los residentes allí pueden votar por partidos flamencos o valones, algo que los flamencos desean eliminar con la disolución de ese distrito, pero los valones exigen que, a cambio, el territorio de Bruselas incluya a las comunas de Flandes con mayoría de habitantes francófonos. Solo que para los flamencos ello significaría una impensable concesión territorial...¡y cuando llego aquí, ya el cordel está tan enredado que solo puedo sugerirle al lector que lea nuevamente este párrafo!
Sí, porque es un verdadero trabalenguas, inexplicable además por el hecho de que, si a lo interno de la Unión Europea han caído las fronteras, ¿a qué vienen tales arranques divisionistas, tales separatismos? Solo puede dársele a esto la explicación del egoísmo y la ausencia de solidaridad. La región de Valonia, explicaba a JR el dirigente del Partido del Trabajo belga Bert de Belder, «es más pobre hoy, pero hace 50 años era al revés: Valonia era más rica. El desarrollo capitalista desigual hizo que los sectores industriales valones —el carbón, el acero, los textiles— decayeran, mientras en el norte cobró auge la industria química, la automovilística y la alta tecnología, que atraen más capital y posibilidades de desarrollo. Luego la pobreza y el desempleo en el sur son más elevados».
Ciertamente, se trata de un país complejo. Hasta 1581 era parte de Holanda. Ese año, las siete provincias que conformaban a esta última se separaron y adoptaron el nombre de Provincias Unidas de los Países Bajos, mientras las zonas sureñas (Países Bajos del Sur, la Bélgica actual) continuaron bajo influencia española. Tras caer bajo dominio de Austria y de Francia, el territorio quedó nuevamente unido a Holanda, en 1815, hasta que en 1830 estalló una sublevación, y se proclamó la independencia el 4 de octubre de ese año.
En atención a las diferencias lingüísticas heredadas de este pasado, la Bélgica moderna se dotó de un orden institucional que le proporcionaba el equilibrio interno. Así, las tres regiones —Flandes, Valonia y Bruselas— y las comunidades francófona, flamenca y germanófona, mantienen competencias en cuanto a la educación, la enseñanza y la cultura, así como en la vida económica, y manejan el 40 por ciento del presupuesto público.
Pero esto no le basta a la élite política flamenca, y ni qué decir al Vlaams Belang, un partido separatista, neofascista y abiertamente xenófobo, que saca ganancias de este río revuelto. Por eso han hecho caer al ya impopular Leterme, y este —que no es ni mucho menos un entusiasta de la unidad nacional— ha acudido ante el Rey. Según analistas, es poco probable que el monarca acepte la celebración de elecciones anticipadas, por lo que se prevé que asuma el vice de Leterme, Didier Reynders, aunque por ser francófono no sería muy del agrado de las mayorías flamencas...
Como ven, se vuelve a enredar la pita.