Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Las caras del cambio en Paraguay

Autor:

Marina Menéndez Quintero
Más que el sobrio programa de gobierno y las promesas sin fanfarria de su campaña, las cartas credenciales de Fernando Lugo parecen dadas por la misma manera en que ha sido catapultado para que aspire a la presidencia de Paraguay. Y vale la pena revisarlas, porque todo lo señala como el probable ganador de las elecciones, este domingo.

Sus seguidores han advertido que tomarán las calles si hay fraude. Foto: ABC Las encuestas así lo adelantan desde hace más de un año cuando, tempranamente, se inició la liza presidencial en la opinión pública, aun antes de que los partidos nominaran a sus candidatos y cuando ni siquiera se había conformado la Alianza Patriótica para el Cambio que está detrás de Lugo ahora.

Aunque no anticipan a su favor una votación avasalladora, los sondeos le otorgan las papeletas suficientes para ganar, medidos los contrincantes por un reglamento que no exige la mayoría absoluta. Sin necesidad del 50 por ciento más uno de los votos ni de segundas rondas, basta que un candidato obtenga un punto por encima de su más cercano rival.

Pero ello también podría ser un problema ante reiterados alertas de la Alianza sobre la posibilidad de un fraude como última variante de la oposición después del infructoso afán de desacreditar a Lugo, y con votaciones cerradas como las que se vaticinan. Los últimos tanteos entre la población predicen para él un 34 por ciento y, muy pegados entre sí, aparecen Blanca Ovelar, por el Partido Colorado, y el ex general Lino César Oviedo, ahora al frente de la Unión de Colorados Éticos (UNACE), con 29 y 28 por ciento de los sufragios respectivamente, según la encuesta.

No obstante, más que los estudios de opinión hablan a favor de Lugo los hombres que —según él mismo cuenta— tocaron a su puerta en diciembre del año 2006, para pedirle al hasta entonces obispo de San Pedro que se quitara la sotana, y cambiara el púlpito por la primera magistratura de Paraguay.

«Yo no me postulo, me postulan», apuntó a JR hace un año, en el tú a tú no tan confidencial de una entrevista. Hace tres días, 130 000 paraguayos lo confirmaron al enarbolar, en el cierre de su campaña, el blanco, azul y rojo de la Alianza.

Figura ligada a los importantes remezones sociales que vivió Paraguay durante aquel agitado 2006, Lugo se hizo visible, precisamente, como orador escogido por las masas en las movilizaciones vinculadas al nacimiento de Resistencia Ciudadana, del Bloque Social Popular y el campesino Tekojojá, movimientos que él ha considerado hitos de la lucha popular paraguaya reciente.

Puede que la coincidencia al identificarlo a él como presidenciable, fuera el resorte que logró la unión de esas y otras agrupaciones sociales y sindicales que ahora, junto a un abanico de partidos políticos pequeños, conforman la Alianza que respalda a Lugo. Así, su figura y la coyuntura catalizaron el surgimiento de un nuevo sujeto político, que podría o no ser duradero.

Pesan, desde luego, el mismo descreimiento en los viejos partidos y las prácticas sucias que han empujado a la gente contra las reglas del juego en otros países de la región. A la inédita asunción de la presidencia por un ex militar patriota y digno en Venezuela, un líder sindical en Brasil, un indígena en Bolivia, y un economista que emplea los conocimientos obtenidos en Illinois para el bien común de Ecuador, podría sumarse ahora la llegada de un ex obispo a la primera magistratura paraguaya.

Sin embargo, el cambio que preconiza Fernando Lugo no tiene que significar, exactamente, un giro abrupto. De manera literal, «cambio» sería ya en Paraguay la ruptura de los más de 60 años que lleva el Partido Colorado —único legal durante la dictadura—, en el poder. Visto desde un ángulo social más profundo, el «cambio» estaría dado también por el acceso a la educación y la salud que ansía la mitad de la población paraguaya, que es pobre, y el enfrentamiento a la corrupción y el clientelismo.

Esos derroteros constituyen el abecé de su programa de gobierno junto al reclamo de mayores beneficios para su país en los tratados que rigen el funcionamiento de las hidroeléctricas de Yacyretá e Itaipú, esta última con la participación de PETROBRAS.

Tal propósito explica sus visitas a Argentina y Brasil, hace pocas semanas, donde encontró comprensión y buena voluntad. Según reportaron los despachos cablegráficos, luego de su entrevista con Lula, este declaró que Brasil está comprometido a trabajar por el desarrollo de Paraguay, y fomentar su industrialización.

Los cambios económicos estructurales no están destacados hasta ahora en su dicurso. Sin embargo, esas elementales promesas de campaña podrían resultar suficientes para impactar en una nación que ha sufrido como pocas en América Latina, las secuelas de silencio y aislamiento impuestas por la dictadura de Alfredo Stroessner. Allí, la promesa fundamental de Lugo ya resulta trascendente: justicia social que, según ha explicado, se logra mediante la reconciliación nacional, el ejercicio de una justicia libre y soberana, y el crecimiento con equidad.

«¿Mucho trabajo, señora? ¡Qué suerte!» La exclamación puede hacerla emocionado cualquier paraguayo ante el interlocutor desprevenido que, llegado de afuera, se lamente de largas jornadas de labor. Es el retrato elocuente de las necesidades de un Paraguay marcado por la pobreza, y donde la efigie de San Cayetano está en casi todas partes... para que la gente pueda, al menos, rogarle el empleo al santo patrón.

Pueblo bueno y sencillo, de gran ascendencia campesina y atado a sus raíces —como lo demuestra el dominio por casi todos sus ciudadanos de la lengua ancestral, el guaraní—, los paraguayos merecen que alguien más que San Cayetano los escuche. Por ahora, Lugo les ha prometido igualdad, justicia y equidad. A fin de cuentas, afirma, «son valores del reino de Dios».

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