No puede obviarse en cualquier análisis del fenómeno la incidencia que tuvieron las acumuladas crisis de los años más duros del período especial, cuando se dislocó la base económica del país y caímos en picada, con efectos perniciosos para la institucionalidad, la estabilidad, la seguridad y el esfuerzo creador de nuestra población.
Aún así, resistimos y estamos aquí en una etapa superior de consolidación, por la conciencia política y la intuición de nuestro pueblo. Pero no puede obviarse que tales pruebas resintieron la conducta social de ciertos sectores poblacionales. Esas condicionantes, y medidas que urgieron para salvar la economía, fomentaron nuevos escenarios que abrieron paso a determinadas manifestaciones de individualismo, egoísmo, incivilidad, marginalismo y hasta repuntes de violencia cotidiana; sin obviar el hecho de que Cuba ha tenido que ir abriéndose a este mundo, con las consiguientes contaminaciones, que hacen mella en sectores vulnerables a cuanta negativa intromisión o influencia global se pueda irradiar desde afuera.
Pero es innegable que aún, con tantas dificultades y problemas pendientes de solución, existe un caldo de cultivo en algunas zonas sociales para tales reprobables conductas. Aún con todos los avances y programas sociales que la Revolución ha impulsado, persisten las zonas vulnerables y debilitadas del tejido social en estos años.
Lo más preocupante es que el espíritu de apego a la Ley, la institucionalidad y la imagen del Estado socialista como garante y protector, han sufrido laceraciones en la praxis cotidiana, a pesar de que la gran mayoría de la población cubana, en lo esencial y estratégico, percibe la seguridad y el sentido de pertenencia a una sociedad que no admite exclusiones y siempre salvaguardará la integridad y la paz de la ciudadanía.
De lo que se trata ahora es de seguir poniendo orden y racionalidad en Cuba, de cambiar lo que tenga que ser cambiado, con Fidel, Raúl y el Partido, para que se enderecen mecanismos económicos, sociales y laborales; para que el trabajo, la honestidad, la disciplina y el respeto sean vindicados.
Se requiere que la voluntad del Estado cubano de fortalecer la institucionalidad, la legalidad, el respeto a la norma jurídica y la disciplina en todos los órdenes, se plasme cada día en cada rincón del país, con señales elocuentes de las autoridades, más con hechos que con palabrería y retórica, y de conjunto con las instituciones, organizaciones y todo el espectro de la sociedad cubana.
La Unión de Jóvenes Comunistas y las organizaciones estudiantiles, fieles al espíritu de Fidel y Raúl, y en medio de los grandes desafíos de nuestra nación por renovarse sin perder sus esencias revolucionarias, llama a la conciencia y a los sentimientos de cada militante, estudiante y de cada joven patriota y digno, a librar todos los días hacia dentro de sí mismo, y hacia la sociedad toda, una batalla inteligente, consensuada y audaz contra la indisciplina y la violencia, que son hoy enemigos internos que hacen el juego a los trasnochadores que apuestan al fin de la Revolución.
Para esta estratégica batalla contamos, no importa como piense cada quien, con la gran mayoría de nuestros jóvenes, y de la población cubana en general. Hay que cerrarle el paso al espíritu de la selva, la inercia, el puro instinto, la desorganización, la negación de las normas y el caos y el desentendimiento como estilo de vida. Es, una vez más, salvar la Revolución, salvarnos nosotros mismos.