Aunque la música caiga en las lagunas de lo efímero y se mueva por canales promocionales que en ciertos casos la convierten en hecho momentáneo, el mayor pecado de la desmemoria sería el de «esquivar» parte de esa historia cotidiana plasmada por los compositores en sus textos.
La piedra angular del tema la puso Sur Caribe cuando nos hizo recordar un género popular en su Añoranza por la conga. La orquesta santiaguera centró su tesis de remembranza en lo común y tradicional que resultan ese tipo de melodías, desplazadas por la impronta sonora de este último tiempo.
Y el indiscutible éxito de la agrupación que dirige Ricardo Leyva incluyó a aquellos protagonistas de barrio y artistas comunes que hacen posible que se mantenga la conga. El ejemplo ilustra un fenómeno que no solo se presenta en la Isla: el de la música olvidada o engavetada.
Actualmente no sorprende que aquellas melodías que marcaron época encuentren una barrera competitiva que —amén del lógico movimiento comercial y de las creaciones que surgen— determina el nivel de asiduidad en medios audiovisuales, videoclips, discos u otros formatos digitales de grabación, y hasta dejan de ser imprescindibles en selecciones particulares o repertorios de algunos artistas.
Pedrito Calvo advirtió hace solo unos meses, en este diario, sobre el impacto que tiene en el público que los músicos obvien determinados géneros. «Hoy, desgraciadamente, son muy pocos los grupos que incursionan en la balada y las canciones románticas. Boleristas, quedan muy pocos».
Afirmó además el ex vocalista de los Van Van, que dentro de las orquestas bailables se da paso sobre todo a la timba y a sonoridades más fuertes y se relega al son, elemento genuino del país.
En ese punto coincidió Felipe Ferrer Caraballo, director del Septeto Habanero, agrupación que suma 87 años en su labor de preservar la música tradicional. Sentenció Ferrer que si omitimos algunas raíces, «perdemos mucho y nos costaría retomarlas...
«No vamos a echarles la culpa a los jóvenes de no escucharnos. Si no lo hacen, es porque no pueden seleccionarnos», y refirió que títulos de una valía incalculable en la historia musical de la nación, son desconocidos entre las nuevas generaciones.
La balanza suele inclinarse condicionadamente hacia lo que debemos oír. Tanto es así que, mientras persistan los criterios—en oficinas de grabación o en los medios— que indiquen que la armonía en boga debe ser promovida incluso sin tener ningún tipo de discurso; mientras concibamos programas de radio y televisión sobre géneros menos actuales donde se incluyan solo los exponentes más conocidos, seremos carpinteros que diseñan gavetas cerradas.
Es dura la pelea contra el desarraigo que sufrirán las generaciones futuras y del que, es evidente, ya se palpan señales. Uno de los peligros de ese olvido se cernirá incluso sobre las canciones de cuna o las más tarareadas...
No se trata de apostar solo por «lo viejo», desdeñando «lo fresco», y polemizar sobre esas lógicas contradicciones que generan siempre —por ley dialéctica— esos dos polos, pues se sabe que lo novedoso igualmente podrá enriquecernos.
El reto está en que la música debe convivir entre ambas vertientes, asentada en las preferencias de la gente que escucha. Sobrevivir significa desafiar los embates del tiempo con la creatividad y el concurso de quienes la hacen posible y audible.