No es fortuito que se haya instituido para tal festividad el 26 de noviembre, día otoñal en que, 48 años atrás y en medio de la reverberación triunfal del 59, Ernesto Che Guevara fuera designado presidente del Banco Nacional de Cuba, y transitara de los arrestos insurgentes a la compleja administración de los asuntos y los recursos.
Así, el influjo del Che siempre ha acompañado a los profesionales de la economía cubana, como un azimut o brújula que no puede dislocarse con huecas remembranzas de empolvada historia, si no trayendo al gran justiciero a las contradicciones y desafíos del presente, que no son pocos.
Siempre habrá que reconocer la fidelidad y devoción revolucionarias de los economistas y contadores cubanos, a lo Che. Leales a la lealtad —no al servilismo—, esos profesionales han sostenido la base material del país en estos años, siempre readaptando su visor a los vaivenes y bandazos de las políticas económicas, y a los reacomodos que la vida nos ha impuesto. Y todo ello lo han hecho sin grandes estímulos al bolsillo, incluso hasta el desestímulo.
Si la economía socialista cubana, a más de sus méritos históricos de justicia social, no ha logrado aún la eficacia y los controles internos requeridos, no podrá endilgársele el peso de la culpa solo a los economistas y contadores, que siempre se han subordinado a las contingencias y los intereses del tenso proyecto revolucionario, entre la adversidad imperial norteña y los errores y torpezas internos en el escarceo por levantar esa gran hacienda que es el país.
A fuer de sinceros, no hay que sonrojarse para reconocer que no siempre los diagnósticos, investigaciones y aportes de nuestros profesionales de la economía y la contabilidad se han tomado en cuenta en las políticas y en la toma de decisiones. Pero ellos han continuado bregando consecuentemente en la praxis económica, en pos de la eficiencia y excelencia.
Si me preguntaran cuál sería hoy el mayor homenaje a estos gestores y controladores de la empresa suprema de la Patria, diría que consolidar la racionalidad de nuestra economía y erradicar de ella las intrusiones del voluntarismo y la improvisación. Tener en cuenta los aportes y fundamentos del pensamiento económico cubano.
En las actuales circunstancias cobra especial dimensión el sustento teórico y conceptual, la cientificidad que ese pensamiento pueda imprimirle al diseño estratégico de este socialismo, signado por el debate con todos y para el bien de todos.
Ese sustento conceptual será la «sabia savia» que permita instrumentar los cambios estructurales y funcionales para insuflar a nuestra economía la eficacia impostergable, y desechar lo que la vida ha probado como inoperante.
Hay demasiados listones por quebrar y deformaciones por enderezar. Hay muchos viejos y mohosos mecanismos por liberar, para que la pirámide invertida vuelva a su lugar, y la ley de distribución socialista haga justicia, con Marx redivivo, al bolsillo y la dignidad de quienes más aporten y trabajen.
En esa recuperación del tiempo perdido y ciertas virtudes extraviadas, los 365 días del año serán la jornada de ellos, los heraldos de esa economía sana y justa que nos exige el socialismo del siglo XXI.