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¿Kirchner sin Kirchner?

Autor:

Marina Menéndez Quintero
Cristina aspira a continuar las políticas desarrolladas por su esposo. Foto: AP Más conocida en el mundo de lo que era su esposo hace cuatro años al asumir el poder, la candidata Cristina Fernández tiene su mejor carta de presentación, precisamente, en la gestión de Néstor Kirchner: una trayectoria que de algún modo ella ha anunciado continuar y llevar a término si, como indican las encuestas, es electa presidenta de Argentina este domingo.

Así lo atestiguan las palabras de la senadora y primera dama en el acto de cierre de su campaña presidencial en el populoso barrio de La Matanza, conocido por su combatividad en lo peor de la crisis neoliberal y simbólico, además, porque reedita el escenario escogido por el Presidente saliente para dar conclusión a sus actos proselitistas, hace casi un quinquenio.

«Muchos de los sueños que teníamos —dijo Fernández, en un plural que evocaba más que su presencia allí hace cuatro años y medio, junto a su marido— hemos comenzado a realizarlos».

La trayectoria presidencial de Kirchner, ciertamente, explica que los sondeos, en su casi totalidad, perfilen a su cónyuge como ganadora sin necesidad de la segunda vuelta, toda vez que en Argentina basta el 40 por ciento de los votos con diferencia de diez puntos sobre el más cercano seguidor, para que un aspirante presidencial venza en la primera ronda. Elisa Carrió, más conocida como diputada que la propia senadora Cristina, y al frente ahora de la denominada Coalición Cívica, aparece en los sondeos con casi una treintena de puntos menos; mucho más abajo se ubica a Roberto Lavagna, ex ministro que enrumbó en materia de economía a este gobierno. En cualquier caso, se muestra fuera de la puja a los representantes de la rancia derecha que, en esta elección, no parecen más que parte del resto de la decena de aspirantes en lista.

El primer punto a favor del llamado oficialismo que representan Fernández y su Frente para la Victoria, es la salida de la economía argentina del abismo profundo de una crisis que despedazó al país, e ilustró con crudeza a América Latina y al mundo sobre la nefasta secuela neoliberal, no solo en lo económico sino en lo social: los sin trabajo fueron convertidos por la crisis en una clase, y los piqueteros, en sujeto político.

Durante el mandato que culmina, los índices macroeconómicos han reflejado un crecimiento sostenido de un ocho por ciento promedio. Aunque cuestionada por sectores que habrían deseado medidas que implicaran más ruptura, la negociación de la deuda privada y la liquidación de los débitos al FMI rompió las sujeciones y, por primera vez desde el entreguismo de Carlos Ménem, Argentina pudo desoír los condicionamientos y recetas de ajuste, y virar las espaldas al Fondo. Hoy, se cuenta entre los fundadores del naciente Banco del Sur.

Participación en las acciones integracionistas del Cono Sur y término de la carnalidad de Ménem con el norte, pueden anotarse entre las acciones recientes que mejor materializan la promesa de Kirchner de devolver la dignidad a los argentinos. También se ha procurado restañar las heridas que dejó la dictadura, abriendo paso a los juicios contra quienes ejercieron la represión.

Son trazos muy breves; pero el cuadro quizá alcance a dibujar la estabilidad a la que algunos analistas adjudican el poco entusiasmo que, dicen, tuvo la campaña.

También pesan las quejas de quienes se siguen debatiendo entre los de abajo. Aunque reducida, la pobreza todavía es latente, y su solución —aducen— parece pendiente de una mejor redistribución de los ingresos que palie la desigualdad.

Quizá lo más prometedor sea que Cristina Fernández se ha declarado enterada, y dispuesta a saldar esas otras deudas... si no se han equivocado los sondeos.

En el acto de La Matanza llamó a la unión por encima de las definiciones partidistas, y aseveró: «Todavía tenemos argentinos que no tienen trabajo; todavía necesitamos más educación y más salud en la República Argentina: vamos por esos sueños».

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