Es común que en este programa, uno de los mejores espacios humorísticos de la televisión nacional, sienten en la mesa de operaciones partes del segmento gangrenoso que carcome a nuestro cuerpo social.
En específico, abordar el fenómeno del extravío de las bases psico-socio-emocionales no es nada nuevo en foros de discusión colectivos; a saber, las asambleas de balance de la Unión de Jóvenes Comunistas en el país, entre otros.
A la larga, los rayos de luz que puedan llegar como solución al problema que a algunos quebranta en su edificio moral, pasarán inevitablemente por la fecunda ventana de los valores.
Y en Cuba, hoy, sin dogmatismos ni anquilosamientos en las formas de maniobrar o pensar, se está trabajando el asunto de una manera seria, en última instancia científica, y acorde con el objetivo de restañar lo ya lacerado.
La belleza de la obra se difumina mediante el rostro de actores y programas sociales de índole diversa, que no entienden siquiera de barrotes para llegar hasta el mismo corazón de una cárcel, en busca de revivir la esperanza en quienes la perdieron por un error.
En todo esto ha de pensar un revolucionario cuando el derrotismo pretenda humillar su fe; habrá de creer entonces en el mejoramiento humano, como Benito Juárez y César Vallejo.
Y le convendrá pensar también en el aserto de Fidel: «Quien no sea optimista, que ceda de antemano a todo propósito».
No se puede hablar de la magnitud de esa obra sin referir, con un grado de ponderación que no admite sonrojos, la labor sistemática (ya no se trata de una campaña coyuntural, con mucho rebasó ese concepto) en el fomento de los hábitos de la lectura.
Si a ser cultos para ser libres nos incitó Martí era porque él sabía de sobra que, primero, la cultura se encuentra en los libros; y segundo, que la dignidad es un elemento esencial, generado por la libertad de pensar que abre el conocimiento.
Ninguno de los de la corte de Tonita puede saber eso, porque jamás tomaron un libro en sus manos, salvo para una tarea escolar. Libertad es el sinónimo perfecto de amar a la Patria.
Releo por estos días a mi dilecto Fernando Pessoa. El poeta portugués ha escrito una genialidad como esta: «El Tajo es más bello que el río que corre por mi aldea, pero el Tajo no es más bello que el río que corre por mi aldea porque el Tajo no es el río que corre por mi aldea».
Deberá apreciarse bien a Cuba primero (en cuanto encierra la cubanía en su más plural asunción), antes de sucumbir al fuego fatuo de quienes aún muerden el anzuelo de las fanfarrias de Hernán Cortés, por su orfandad espiritual y su desapego a las letras.
Se les pudiera, bien, recomendar este verso del mismo Pessoa: «Sigue tu destino, ama tu vergel, a tus rosas ama. El resto es la sombra de árboles ajenos».