Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

El movimiento se demuestra andando

Autor:

Luis Sexto

Un lector me dijo que mi «lúcido» artículo sobre la agricultura, se había «deslucido», en el párrafo final donde yo acepto que el problema no se resolverá privatizando la tierra estatal. Quien conoce un poco la historia de nuestro país, sabe cuánta sangre se derramó en los campos cubanos por los conflictos de propiedad, primordialmente, la geofagia latifundista.

¿Queremos volver a los tiempos en que Niceto Pérez moría a manos del hacendado Lino Mancebo, o Sabino Pupo por disparos de la Manatí Sugar Company, en su saqueo del norte de Camagüey? ¿O acaso queremos volver a los desalojos del Realengo 18, Las Maboas y otros tantos, o a la explotación de trabajadores agrícolas y campesinos «a partido», nunca propietarios de su tierra, o a la época en que los mapas, según las áreas alegadas por los poderosos, en litigios legales, duplicaban la extensión de Cuba?

Lo sabemos: cierto sector de la agricultura cubana está privatizado. Y bien privatizado: son los pequeños agricultores a quienes la Revolución les dio su título de propiedad: más de 100 000 en la década de 1960. Los problemas del campo no tienen que ver con ellos. Afrontan quizá ciertas dificultades: escasez de insumos o el descuido de algunos organismos que se han demorado a veces en pagarles. Pero están respondiendo, junto con las cooperativas de producción agropecuaria, con la mayor parte de la producción nacional, aunque todavía no al máximo posible.

Desde luego, no respondo con esta nota el criterio de ese lector, que evidentemente piensa en sentido opuesto. Más bien, era necesario que yo volviera al tema, porque el espacio no alcanza para esclarecer todas las ideas. Uno enuncia algunas con el propósito de continuarlas a la semana siguiente. Por lo tanto, al hablar de lo inconveniente de la privatización me refería a aquella del capitalismo —a la manera del capitalismo conocido en Cuba— en que la tierra y la sangre se mezclaban o estaban en ocasión de mezclarse.

Yo tenía en mente otra relación: la del Estado, el país, la nación, como dueño de la que hoy llamamos tierra estatal, pero con su apropiación socializada, aunque al socializarla haya que vincular a un hombre o una familia o a varios hombres a un pedazo de tierra, autónoma y racionalmente explotado, ligando, en mutua acción benéfica, los intereses de los individuos y los de la sociedad. Mi idea transitaba por esa guardarraya. Hay que socializar la tierra; impedir que quienes la trabajen sean solo asalariados, instrumentos de órdenes burocráticas, y tratar de que piensen y actúen como dueños inmediatos, respaldados por el dueño mayor que es garantía del trabajo, la honradez y la armonía social: el Estado, que no ha de estorbar y restringir, sino facilitar el desarrollo de las fuerzas productivas.

Eso, a mi juicio, no tiene nada que ver con el capitalismo...

Me parece que no podemos aferrarnos rígidamente, en estas circunstancias tan urgidas por la creatividad, a ciertos principios. Me parece que la historia y la vida cotidiana han demostrado que los principios resultan válidos si ayudan a conseguir los «fines». Si no fuera así, podría estar pasando una de estas cosas: o no es el momento para el predominio de algunos de nuestros principios y hace falta readecuarlos, o ya han sido superados por el indetenible proceso social, o nunca han sido efectivos. Porque, tendremos que comprenderlo claramente alguna vez: los mejores principios son los que resuelven los problemas de la gente. Lo más revolucionario se remite a lo que más hace avanzar en determinado momento. ¿Con qué propósito, si no, la teoría del socialismo prevé la etapa de tránsito?

Lo digo con modestia, hay algo peor que cualquier otro riesgo: que no podamos demostrar, por dudas, aprensiones, o falta de audacia, que el socialismo no sea, como profesamos, una formación superior a la del capitalismo. El estancamiento es la ausencia del movimiento físico. ¿Y sus consecuencias? El retroceso. Porque lo que no camina hacia adelante, queda atrás...

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