Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

Más sonora que las campanadas de Amiens

Autor:

Luis Luque Álvarez

La ciudad de Amiens, famosa por su imponente catedral gótica —la más grande de toda Francia— está en los titulares por estos días, y no precisamente por cuestiones de bella arquitectura.

El asunto es bastante feo: un niño ruso se ha caído de un cuarto piso. Y no estaba jugando con palomas, sino... huyendo de la policía.

Andrei y Natalia, los padres de Iván, participaron en una marcha silenciosa contra los abusos hacia los indocumentados. Foto: AFP

Pero, ¿por qué escapaba Iván Dembski, que con solo 12 años es reconocido como un alumno talento en el aula que comparte con sus condiscípulos franceses?

El temor a la expulsión del país es la respuesta. Nada menos que 15 policías habían sido enviados a ingresar al apartamento donde el menor vivía con sus padres Natalia y Andrei. Este, alertado, intentó evadir a los agentes descolgándose por las tuberías exteriores del edificio, e Iván quiso seguirlo. Pero sus manos no lo sostuvieron lo suficiente, y cayó al vacío.

A esta hora se desconoce si el muchachito volverá a caminar. Incluso, si sobrevivirá, pues su estado continúa siendo de gravedad. El presidente Nicolas Sarkozy ha prometido que se investigará. Solo que el resultado de la pesquisa no le devolverá la salud a Iván.

Sus padres habían cursado en 2006 una demanda de asilo. Al ser rechazada, apelaron. Y estaban a la espera del fallo del tribunal, que se pronunciará el 6 de septiembre. «Sin embargo, la policía y la fiscalía no han querido esperar», denunció Didier Cotterelle, de la Red de Educación Sin Fronteras, citado por el diario español El País.

¡Por supuesto que les sería engorroso esperar! Las expulsiones son más «humanas» en período de vacaciones, pues implica ahorrarse la desagradable escena de tener que arrancar a un niño de su pupitre, de en medio de sus compañeros. Por ello, les importó un pepino que una corte estuviera a punto de ofrecer su veredicto. «Ahora o nunca».

La tragedia tiene un lado aún más oscuro. Los policías, más que aplicados al deber de atajar la ilegalidad, estaban cumpliendo una meta del nuevo Ministerio de Identidad Nacional, Inmigración e Integración: antes de concluir 2007, hay que sacar del país a 25 000 indocumentados.

Como los números son números, pues manos a la obra. Andrei, Natalia e Iván se diluyen en una argamasa de cifras, sin que importe mucho la peculiaridad de su situación. De modo que, aunque el gobierno francés está apostando por una inmigración selectiva y no «impuesta» —una manera de tener «del lado de acá» a los cerebros cultivados y desechar a los que vienen en rústicas lanchas desde la otra ribera del Mediterráneo—, la política de expulsar para cumplir con objetivos fijados hace trizas incluso estas prácticas discriminatorias: el menor ruso despuntaba por sus notas, y su padre es ingeniero eléctrico. ¿Ni aun ello bastaba para que «clasificaran»?

«Pero es que no hay trabajo para todos, y hay que defender el derecho de los franceses», razonaría algún escorado a la extrema derecha. Y sería «razonable» a primera vista. Sin embargo, hurgo en la página web de una embajada francesa. Un texto explica: «Como el crecimiento natural de la población está tendiendo a declinar, es posible que solo la inmigración hacia Francia pueda asegurar que la población permanezca estable o se incremente».

Primer gol: el flujo de inmigración es una necesidad. Y no exclusiva de Francia, por cierto. Alemania debería dar entrada a unos 500 000 jóvenes extranjeros por año, durante tres décadas, para resolver el dilema de que, como los partos son cada vez más escasos, no habrá en el futuro brazos que laboren y ayuden a sostener a quienes les llegó el momento de descansar.

En cuanto al desempleo, la web francesa se extiende en asegurar que «el problema irá aliviándose desde 2006, cuando los que nacieron durante la explosión de nacimientos (en el período posterior a la Segunda Guerra Mundial) empiecen a jubilarse, y las generaciones nacidas desde finales de los años 70 tomen su lugar».

Bien, si tan felices son los pronósticos, ¿a qué vienen estas «cuotas de expulsados»? ¿Tanto espacio ocupaba el pequeño Iván, y tan inútil puede ser un ingeniero ruso?

La vergüenza truena más alto que el tañido de campanas de la catedral de Amiens...

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