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Martí, un libro y la actualidad

Autor:

Luis Sexto

Estoy leyendo un libro que desafía y trastorna. Aún no lo he terminado —porque pide detenerte en esta frase, o en aquel párrafo o en aquella página, es decir, lees y relees, avanzas y retrocedes— y ya exige que uno hable de sus juicios, sus ideas, sus valoraciones. Es, compañeros, un libro, a secas. Y basta.

Me refiero a Vida y obra del Apóstol José Martí, de Cintio Vitier. No le haré «la crítica» si es que tuviera capacidad para hacerla. Solo comparto su lectura y acuso el impacto que ha tenido en mis conceptos, mis visiones sobre el Fundador. Me está revelando, sin ser una biografía, a un Martí que, aunque conocido, se nos dibuja más hondo, más cabal y también más actual. O actual. Porque ningún martiano estima que el Apóstol pueda actualizarse. Más bien, permanece constantemente actual. Y es Martí quien nos actualiza, quien nos recuerda con su pensamiento que existen cosas, hechos, ideas que hemos de enfocar como él las enfocó para no equivocarnos.

Una de esas cosas, uno de esos valores en los que él reflexionó, sintetizó e incluso poetizó es la patria. Nos hace falta pensar en la patria. Debatir sobre la patria y sobre todo, debatir en la patria, en la atmósfera y la ética de la patria. «La patria —decía el Maestro y nos lo hace recordar, Cintio— no es de nadie: y si es de alguien, será, y esto solo en espíritu, de quien le sirva con mayor desprendimiento e inteligencia».

Los tiempos de hoy necesitan de discusiones. Pocos podrían ignorar —y en este caso sería ignorancia culposa— que todo cuanto verdaderamente hemos querido ser y tener, en consonancia con las aspiraciones históricas del país, ha sufrido deterioro, afronta riesgos de disminuir, y de perderse. Ya me parece que ante la advertencia de Fidel en noviembre de 2005 y el discurso de Raúl el pasado 26 de Julio, es ingenuo pretender echar un manto de indiferencia o de fantasmagóricas apreciaciones sobre la realidad nacional.

Por lo tanto, la patria se salvará, esquivará en particular el riesgo de perder su independencia —gran conquista que no se podrá entregar jamás a cambio de un plato de lentejas—, en la discusión colectiva, en el empuje colectivo, para hallar las posibilidades que cambien todo cuanto debe de ser cambiado, teniendo el sentido del momento histórico mucho más atento que en otros momentos.

Pensando en esto, he venido leyendo el libro de Cintio. O el libro de Cintio ha suscitado en mí esos ecos. Quizá nuestro máximo ensayista no haya escrito su libro con el fin de acompañarnos en nuestros debates. Quiso, tal vez, penetrar con más delgado filo en el «misterio» que es Martí y que Lezama Lima puso a nuestro lado como compañero indeleble. Ahora bien, me parece que una de las cosas que necesitamos es aprender a debatir. ¿Quién puede arrogarse la propiedad del debate? ¿Quién puede asumir que su verdad es la verdad y por tanto invalidar a la verdad de los otros, de otros que no se conocen o se conocen apenas? Martí, desde luego, nos enseña a debatir. Nos suministra esa ética que dolorosamente notamos que ya nos falta, o que les falta a algunos o a muchos. La ética que existe porque existe el otro y hemos de respetarlo.

Si Martí se empeñó en construir la patria para todos y para el bien de todos —al menos para todos los que la aman, la exaltan, la construyen y reconstruyen en independencia y justicia—, habrá que sentirse parte de «los que aman y fundan» para poder pensar sobre nuestros aciertos, errores, aspiraciones. Sobre nuestra historia. Nuestra cultura. Y si la cultura nos hará libres y salvando la cultura se salva la patria, sin ética la cultura es simple caracol sonoro, gaseoso empacho de vanidad... Bueno, esto he pensado mientras leo el libro de Cintio, cuya ciencia, cuya sensibilidad, cuya ética —junto a su esposa Fina García Marruz— lo autorizan a darnos una imagen tan desafiante del Apóstol, una imagen que habrá de estar a nuestro lado enseñándonos a ver las cosas como son y no como queremos verlas.

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