Recientemente debí emprender un extenso periplo por nuestra red de tiendas para adquirir la camisa con la cual debía asistir a un evento oficial. Fue un viaje no ya de aprendizaje, sino de consolidación de conocimientos sobre las características de esta galaxia o mundo paralelo.
Que el surtido constituya honda laguna del comercio criollo o que el precio de la susodicha prenda (me refiero a la camisa idéntica, no a otro modelo) oscilase entre 1 CUC y 2 CUC de una unidad a otra, sería de veras lo menos calamitoso.
Ya se nos ha explicado hasta la saciedad que cada cadena marca su tarifa, entiéndase o no que dos galleticas valgan diez centavos aquí y veinte centavos allá...; pero eso es harina ajena al costal.
Lo más interesante del recorrido interprovincial —porque aproveché las vacaciones para efectuar similar comprobación en diferentes sitios— consistió en apreciar cómo, pese a todo cuánto se insiste en ello, continúa haciéndose caso omiso a la regla de que los precios de los productos deben estar a la vista.
Existen legislaciones vigentes al efecto, por cuyo respeto disímiles actores de nuestro entorno social se han pronunciado de forma sistemática, si bien su cumplimiento no siempre ni en todas partes opera con arreglo a las orientaciones.
Realmente son pocas las tiendas donde cada uno de los artículos lleva su precio de identificación. Por lo general, existe algún producto sin su tasa correspondiente, lo que irremediablemente provoca la sospecha del público.
Es cierto que en ocasiones, como plantearon a este redactor algunas dependientas, los propios clientes se los arrancan, o que se deterioran con el manejo diario de centenares de personas. Pero es verdad también que en otras jamás tuvieron su pegatina aclaradora, pues ni rastro de marca hay.
Al margen de la presunta «multa» que el cliente pagaría en caso de que la omisión fuese para dar lugar a la estafa, cada vez que esto ocurre se deteriora la credibilidad del sitio donde el acto sucede.
Y aunque algunos suelan olvidarse, sobre la confiabilidad y la buena atención descansa el nivel de satisfacción del cliente con el servicio comercial que le prestan y por el cual paga.
El cuadro tiende a agudizarse en las tiendas de los hoteles. Saber cuánto vale en realidad una pieza de vestir en tales sitios puede convertirse en un acto indescriptiblemente complicado. Dicen que preguntando se llega a Roma, pero allí bien pudiera llegarse a Saturno. No queda más remedio que acudir, una y otra vez, donde el dependiente, para que te despeje el enigma.
En momentos en que el país emprende el mayor duelo de su historia revolucionaria contra la corrupción y las ilegalidades, resolver definitivamente este problema, más que pertinente se hace indispensable.
Medidas existen al respecto, lo que resulta necesario es exigir un mayor rigor en su cumplimiento. El tema de los precios, harto sensible desde cualquier ángulo que se mire, merece que el asunto aquí ventilado deje de constituir un problema.
Nadie tiene el derecho de escamotear la verdad, ni burlarse del que está al otro lado del mostrador al jugar con su bolsillo y su inteligencia.