No te miento si te digo, mi hermano, que me desalenté cuando no lo vi, una vez más. A mucha gente en esta marcha le sucede lo mismo. Porque, compadre, si hubiera reaparecido allí después de tanto tiempo, hubiera sido lo máximo; como si le estrechara la mano, o chocara palmas con él, y le dijera: ¡Entra... chico!
No te voy a decir que estoy feliz, porque ya esa Plaza y esta calle Paseo me los sé de memoria. Y siempre he ido allí, por molesto que esté, a darle una vuelta a él también, aparte de muchas cosas que me llevan a aparecerme en ese lugar. A la hora que él me llame no me molesto. Ya casi he abierto una zanja, o una guardarraya allí en tantos años. Y él siempre me saluda desde allí, y me habla a su manera, como hablamos los cubanos: directo y con los pantalones bien puestos. Como se dicen las cosas de a hombre y amigo.
Siempre he sentido allí que él, con sus palabras, me pone la mano en el hombro y me convence de que hay que seguir, por más encabronado que uno esté, o por encima de las tantas cosas que faltan y no hemos logrado. Yo no sé explicarte, compadre, pero es algo que me da una cuerda, un ánimo extraño para vivir cuando veo unidos a tantos conflictivos como yo; algo que nos une y nos da una fuerza de ser cubanos y no callarnos las cosas en este mundo y en este país: un orgullo atravesado y una cosquilla por dentro de que esta es mi Plaza y esta es mi calle y nadie me los puede quitar ni hacerme bajar la cabeza, ni silenciarme lo que pienso. A veces he tenido deseos de soltar una palabrota en medio de esta Plaza... Es una emoción desordenada que me agarra, como si me bajara un santo de Martí y de Maceo con Benny Moré, Los Muñequitos de Matanzas y Pablo Milanés.
Te digo, y no te miento: no sé ni lo que me ha sucedido, como siempre. Estoy pasando frente a Martí y se me recalienta la sangre. Levanto una banderita cubana de papel. Miro hacia allá, veo a Raúl y siento que el ausente está allí de todas maneras; aunque es lo mismo pero no es igual, como diría Silvio. Porque hay aferramientos que van más allá de la persona. Es como si buscáramos una convergencia sentimental de país, un talismán o resguardo que nos proteja a todos, que no nos separara, que no me zafara de mis amigos que se han ido porque no hemos sabido ganarlos.
Mírame aquí que casi estoy feliz, aunque hoy no lo vea a él. Es que el tiempo y la vida son muy fuertes; y lo que queda, no se borra como una costra circunstancial. Mírame aquí, mi hermano, pensando que aunque aparezca o no, él sigue haciéndose sentir en todas las horas y en todos los minutos. Él lo sabe, y quizá esa sea la garantía, el talismán que nos acompaña este y muchos otros primeros de mayo, aunque las cámaras de la prensa internacional se hayan apagado insatisfechas porque no apareció la noticia.