Faustino Oramas y su arte permanecen en su pueblo. Foto: Juan Pablo Carreras «El tren expreso de la vida», en el que viajara metafóricamente en una de sus canciones el juglar mayor Faustino Oramas Osorio, nuestro Guayabero, se detuvo ayer con su preciosa carga frente al andén «de la última estación».
Las primeras luces de la lluviosa mañana holguinera, trajeron la noticia: «desapareció un grande de la música cubana». Y acaso, después de 30 días de combate médico contra la enfermedad que le aquejaba, y las indagaciones sobre su estado de salud, lo más impresionante ha sido palpar cómo sus pegajosas melodías no han cesado de escucharse por doquier, en boca lo mismo de un anciano que de un niño.
A darle el último adiós, y a acompañar a sus familiares en esta aciaga hora, continúan acudiendo en interminable fila miles de holguineros, en representación de todo el pueblo de Cuba. Desde el salón solemne del museo histórico, La Periquera, partirá a las diez de la mañana de hoy miércoles el cortejo fúnebre.
Hay dolor, por supuesto, cuando un miembro tan especial de la familia se nos va. Mas todos conocen que una de las peticiones más serias del llamado rey del doble sentido, en vida, fue precisamente que no hubiera lágrimas, «sino música».
Por ello, numerosas agrupaciones y cantores soneros se han dado cita en la Ciudad de los Parques. El postrero paso de su cuerpo por cada calle, rumbo al camposanto, será además un homenaje musical, al compás de sus propias composiciones. El mejor de ellos será el aplauso que le dedicará su pueblo.
A un artista de la talla de Faustino Oramas se le recordará sin dudas por su música sin igual, heredera del más genuino son cubano y su carga de fino humor criollo. Pero también habrá que hacerlo por su gran bondad, su sencillez y su optimismo.
En la memoria popular quedarán para siempre sus personajes musicales, como una muestra fehaciente de que en realidad existieron Marieta, el perezoso Felix Solano, tal vez Casimiro, el de la famosa yuca, o el perro que mordía «callao».
Tampoco estoy seguro si, al paso de los años, las nuevas generaciones seguirán soltando las mismas carcajadas al escuchar números tan ocurrentes como el «palito en la alcancía», para atrapar a los evasores del pago en los ómnibus, mediante subterfugios tan reprobables como arrojar «pedacitos de vidrio o chapitas de contadores».
Pero de lo que sí tendrá que hablarse siempre es que su grandeza, como artista, tenía como principal sustento a una inseparable ligadura con los más puros valores de su pueblo, su idiosincrasia, su cultura, a la que nunca desdeño, sino honró.