La reforma añade una carga más a los trabajadores. Foto: AP
Quitarles a los ricos para darles a los pobres, era la premisa de los alegres bandidos que desandaban el bosque de Sherwood. Avanzados los siglos, se ha visto cómo buena parte de los políticos se han dedicado a hacer todo lo contrario. En Alemania hay un ejemplo.El lunes, unas 40 000 consultas se paralizaron en todo el país porque el personal médico se lanzó a la huelga, en protesta por una reforma gubernamental que encarece los costos de la salud. Paradójicamente, otra de las medidas adoptadas por el gobierno de la conservadora canciller federal Ángela Merkel, va dirigida a reducir los impuestos a las empresas privadas.
Para estas, un alivio; para los de abajo, una carga.
La reforma sanitaria fue aprobada en julio pasado por el gabinete de coalición entre la Unión Cristiano Demócrata y Social Cristiana, de una parte, y el Partido Socialdemócrata, de la otra. Hasta el presente, los ciudadanos alemanes se afilian obligatoriamente a una de las 600 aseguradoras de salud existentes, y cotizan el 6,5 por ciento de sus salarios. Las empresas empleadoras contribuyen con idéntico porcentaje.
La cuestión, según Merkel, es que en los seguros de salud habrá un «déficit de unos 7 000 millones de euros en 2007», por lo que hay que hacer nuevas cuentas.
Así, bajo el nuevo régimen, que debe entrar en funcionamiento en 2008, los trabajadores deberán desembolsar un uno por ciento más para cubrir sus gastos de salud.Y no es todo: la canciller ha advertido que las cuotas podrán aumentar hasta en ocho euros, sin necesidad de comprobar los ingresos de los asegurados.
Para el presidente del Colegio Alemán de Médicos, Jörg-Dietrich Hoppe, «los pacientes son los perdedores» con la «reforma».
Curiosamente, otra que pierde es la jefa de gobierno. A su favor, las cifras han hablado de reducción del desempleo (de cinco a cuatro millones) en este primer año de su gobierno; y en las relaciones internacionales, su pedido al presidente de EE.UU. para que cierre la ilegal cárcel de Guantánamo y su mediación en 2005 entre Francia y Gran Bretaña para pactar el presupuesto de la Unión Europea, le granjearon simpatías.
Pero su popularidad está en niveles parecidos a los del inquilino de la Casa Blanca. Un 56 por ciento se dicen «decepcionados» de su gobierno, y es precisamente por la reforma al sistema de salud, y por el aumento de la edad de jubilación a los 67 años. Y claro, por sus coqueteos con los que más tienen.
Sucede que, mientras se pasa cuchilla al «gigantesco déficit» de los servicios sanitarios y se les dice a los trabajadores que deben esperar dos años más para retirarse (a pesar de las enormes dificultades de los mayores de 50 años para conseguir empleo), a principios de noviembre el gabinete aprobó una reducción de impuestos a las sociedades de capital, del 38,7 por ciento actual a menos del 30 por ciento.
De este modo, el Estado dejará de percibir unos 5 000 millones de euros durante el primer año de implementado el recorte, que en 2009 pasará a ser del 25 por ciento. ¡Aun menos!
¿Qué quedó entonces del «celo fiscal» de Berlín?
Como se ve, no todos en Alemania muerden el pan por el lado del queso. Ni son todos los impelidos a «ahorrar».