Juventud Rebelde - Diario de la Juventud Cubana

La grandeza en las pequeñas cosas

Autor:

Edel Alejandro Sarduy Ponce

Por los diversos rincones de La Habana, allí donde nadie ve, o al menos no con detenimiento, callados y concentrados, andan héroes oportunos, muy valiosos, aunque prefieran mantenerse en el anonimato, o nosotros los ubicamos ahí. A veces temprano en la mañana, otras al caer la tarde, impregnados de sudor, símbolo del trabajo honesto, se les puede encontrar en su faena a esos guerreros que procuran un mundo más pulcro.

Con escobas y rastrillos gastados por la incidencia del tiempo, o quizá por su uso recurrente, portando atuendos sencillos, oscuros, como si pasar desapercibidos formara parte de los requisitos de su labor, y, por supuesto, con su compañero rodante, hacia donde va la inmundicia esparcida por el prójimo, día tras día desempeñan su tarea.

Así cumplen su misión, no tan valorada en ocasiones, los trabajadores de Comunales. No los del camión naranja: los guerreros de a pie, bien conocidos como barrenderos de las calles.

Como un ciclo programado arrastran, amontonan, recogen y descargan. Minuto a minuto repiten la misma operación, y el resultado es apreciable, o al menos hasta el momento en que otras personas vuelven a degradar la limpieza y se suman como parte de ese círculo, pero por actitudes negativas, porque no les importa o, quizá, porque allí estarán ellos: esos que nadie ve, pero todos necesitan.

Miradas degradantes, reacciones despectivas y, la más común, la completa ignorancia hacia estos valiosos hombres y mujeres, sobran cada día; como falta de empatía y respeto a su labor manteniendo la limpieza. Un «Hola», quizá un «¿Cómo estás?», incluso un «¿Puedo ayudarlo en algo?», son frases y actitudes que nunca estarán de más. Pero ayuda, al menos, a mantener los resultados de su sacrificio, pues, en un final, todos nos afectamos con la suciedad.

Habitualmente, cuando me dirijo a la parada más cercana a mi hogar, en el horario de cinco y media a siete de la mañana, ahí está Ricardo, con su escoba y sus guantes, eliminando cualquier basura de la zona. Con una sonrisa, como ya es costumbre, responde a mis saludos.

Recuerdo una frase suya de un diálogo sostenido una mañana mientras esperaba el P11, expresada del modo más humilde, honesto y real: «Lo único que quisiera es que se mantuviera un poco la limpieza. Esa es la forma más efectiva de contribuir, no con mi trabajo, sino con la higiene de todos, la apariencia del barrio».

Así como Ricardo, existen muchos héroes de nuestra seguridad. Quizá no de batas blancas, trajes verdes o sacos negros, sino de escobas polvorientas y rastrillos oxidados. Héroes del disfrute de calles más limpias y sanas. Héroes porque quizá el camión falle de vez en cuando, pero ellos no lo harán.

Un poco de respeto es suficiente. Un pensamiento hacia la hazaña de estas personas, que hacen lo que otros no quieren, aunque el cuidado del ambiente es tarea de todos. Basta de juicios superficiales: observemos cuánta grandeza albergan esos detalles. Esas pequeñas cosas de nuestras comunidades.

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