La ausencia a las urnas de más del 80 por ciento del padrón electoral no alcanza a restar relieve a las elecciones que tuvieron lugar el pasado domingo en México.
Por primera vez allí y en el mundo, la ciudadanía tiene la oportunidad de escoger mediante el voto a los ministros de la Corte Suprema, y a jueces y magistrados de cada localidad en toda la nación hasta un total de 881 cargos, entre un amplio abanico de candidatos licenciados en Derecho, propuestos desde cada sitio de acuerdo con sus cualidades y conocimientos, y que sumaron más de 3 000.
Y es que no ha sido solamente la renovación total de quienes ocupan hasta hoy los cargos en que se sustenta el poder judicial.
Se ha revolucionado el modo de escogerlos, lo que asegurará que quienes desempeñen esos puestos en lo adelante tendrán la certificación de competencia, honestidad y lealtad que les entregue el pueblo...
O, por ahora, habría que decir «esa parte del pueblo» interesada en construir ella misma los principales poderes; o que no sucumbió a la complejidad de una votación con varias boletas en la que no estaban entrenados, ni, mucho menos, a las campañas propagandísticas de una oposición política que sigue sin resignarse a la presencia de Morena en el Gobierno, con su programa de cambios sustentado en lo que se ha dado en llamar el Humanismo Mexicano, recordado una y otra vez por AMLO y por Claudia.
Aquellas y otras fuerzas contrarias y ansiosas por mantener el status quo —como los miembros del poder judicial saliente— organizaron protestas durante meses y trataron de sembrar el mentiroso criterio de que este modo de escoger a jueces y magistrados atornillaría al ejecutivo en el Palacio presidencial, mediante la nominación en los cargos judiciales de sus simpatizantes y allegados.
Se trata de todo lo contrario, como lo explicó este lunes el diario La Jornada en su editorial, que valora el «aprendizaje cívico» dejado por la votación dominical por sobre las fallas y complicaciones que haya podido presentar «un proceso sin precedente».
«(…)Por añadidura, la nación se sacudirá en breve de la descompuesta casta tribunalicia que controlaba el Poder Judicial, un saldo a todas luces positivo. Es previsible, finalmente, que la inminente transición en esa rama del Estado se realice con los menores conflictos posibles y que beneficie a quienes durante décadas han visto el ámbito de juezas y jueces como un estamento ajeno, oscuro, inalcanzable y, con frecuencia, contrario a los legítimos intereses de las personas justiciables», dijo el periódico.
Ello significa también terminar con los nombramientos negociados o a dedo, y con las coimas y prebendas que el expresidente Andrés Manuel López Obrador —quien propuso la medida como parte de la veintena de reformas constitucionales que dejó en agenda a su continuadora, Claudia Sheinbaum— así como la propia mandataria, han llamado, sin miedo, corrupción.
La reforma judicial mexicana ha sido un paso osado y necesario… Un paso innovador que profundiza la democracia participativa de México, y otorga a ese proceso particularidades que refuerzan su autoctonía. Sí, está naciendo otro México. Y, pese a las ausencias, votaron el domingo, porque así sea, 13 millones de ciudadanos.