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Elon Musk: un oligarca contra la Revolución Bolivariana

Entre los personajes en el entramado en que se quiere ahogar al pueblo bolivariano y chavista, destaca el dueño de X, porque sus multimillones son proporcionales a una visión autócrata y ultraderechista del mundo

Autor:

Juana Carrasco Martín

Nos remitimos a la Academia de la Lengua y sus dos definiciones del término oligarquía. Una dice que es la forma de Gobierno en la cual el poder político es ejercido por un grupo minoritario; la otra denomina a un grupo reducido de personas que tienen poder e influencia en un determinado sector social, económico y político.

Al uno por ciento de los individuos más ricos del mundo corresponde esa segunda definición, la verdadera y contundente. Son los intereses corporativos que compran, ponen y quitan políticos en los llamados países democráticos y, por supuesto, controlan y vigilan que respondan a sus pretensiones de dominar y poseer todo.

De ese segmento de los oligarcas destaca en los tiempos recientes el magnate de la tecnología Elon Musk, de origen sudafricano y nacionalidades estadounidense y canadiense, cuya fortuna calculada por Forbes es de 254 900 000 000 de dólares (para que lo pueda leer, doscientos cincuenta y cuatro mil novecientos millones). Según el sitio Coincodex, Musk recibe 723 dólares por segundo.

Pero quiere más, mucho más en su dimensión económica, y también en el control, en la Tierra, en el espacio, y hasta en la conformación de las sociedades y cómo deben ser y pensar sus componentes. Otros lo hacen a la callada, pero Musk quiere que se le conozca como el poderoso y no escatima momento para dirigir por sí mismo las acciones y operaciones que le lleven a ese poder supremo, dejar claro su condición de «influencer».

De manera que se le ve muy activo en este 2024 de acontecimientos notables como las elecciones en EE. UU. y su apoyo a Donald Trump —ese que aspira a una segunda vuelta a la Casa Blanca y que hace un año atrás confesó que cuando era presidente pensó en invadir Venezuela para quedarse con el petróleo—, a Benjamín Netanyahu en la guerra genocida contra el pueblo palestino en Gaza y dispuesto a esparcirla por todo el Medio Oriente, al motosierra de Javier Milei que hunde a la Argentina y sus pretensiones de dividir y debilitar a la América Latina y Caribeña.

Musk lo está demostrando ahora mismo en su injerencia en Venezuela. Basta con ir a su cuenta personal en X, la antigua Twitter que compró y utiliza como uno de sus instrumentos de poder, para ver cómo mueve los hilos de la manipulación mediática y en las redes para buscar apoyo a la facturación de un golpe contra el Estado bolivariano.

Es otro intento de repetir historias que a Estados Unidos y sus cómplices venezolanos no le dieron resultado en 2002, 2014, 2017 y 2019. No se trata de «democracia», lo tangible en esa historia de ficción es la enorme riqueza de recursos asentados en la geografía venezolana: petróleo, gas, cobre, hierro, bauxita, litio, coltán, casiterita, níquel, rodio, titanio y más.

Tengan en cuenta que además de la compra de Twitter para manejarla a sus anchas, sus otras empresas tienen mucho que ver con esos minerales raros y no tan raros y son primordiales para la tecnología de avanzada. Me refiero a Tesla, la de los vehículos eléctricos y las llamadas energías verdes; SpaceX y las naves espaciales con las cuales está privatizando la exploración extraterrestre; y Neuralink Corporation, especializada en el desarrollo de interfaces cerebro-computadora, implantables, también conocidos como Brain-Computer Interfaces o tecnología BCI.

No se equivoca usted si todo eso le huele al Pentágono, a la industria militar en más de una arista, a la vigilancia y el espionaje electrónico y al control del pensamiento.

Una guerra cibernética

Desde hace rato, sectores estratégicos fundamentales de la economía venezolana han sufrido ataques cibernéticos. Nos referimos a la industria petrolera y gasífera, así como el sistema eléctrico del país. Por supuesto, con un proceso electoral totalmente automatizado, era de prever que también fuera blanco de esa guerra especial, con el hackeo para evitar el cómputo rápido de los votos, y también desde las redes digitales que fueron repletadas de noticias falsas.

El mismo 28 de julio, el ataque se produjo contra el sistema de transmisión y funcionamiento electrónico del Consejo Nacional Electoral. Según datos de Cantv, se registraron 500 000 ataques cibernéticos por segundo, y la empresa estadounidense de seguridad informática Asert reveló en informe posterior el aumento del más del 16 por ciento del tráfico de internet hacia Venezuela.

Se trató de inundar los servidores con tráfico malicioso para sobrecargarlos y dejarlos fuera de servicio. Luego gritar «¡Fraude!». Ese golpe cibernético sigue en curso.

Entonces, no nos dejemos engañar por lo que quieren mostrar en las redes, en las informaciones de los medios poderosos, en los discursos de más de un Gobierno de la reacción, ya sea en este continente o en el viejo europeo.

Volviendo al inicio, en un estudio sobre la marcha y características de este siglo XXI, el profesor de Ciencias políticas en la Universidad Northwestern, Jeffrey A. Winters escribió: «La oligarquía y la democracia operan dentro de un mismo sistema, y la política estadounidense es una muestra diaria de su interacción».

No es el único que así piensa, en una entrevista en 2015, el expresidente Jimmy Carter declaró que Estados Unidos es ahora «una oligarquía con pagos políticos ilimitados». Se refería a las campañas de donaciones a los candidatos políticos de EE. UU. Esas compras también se extienden al exterior con un recóndito interés ideológico de la más acérrima derecha y el económico de los supermillonarios.

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