El aumento del nivel adquisitivo de la población forma parte de las agendas de trabajo de la mayoría de los gobiernos latinoamericanos. Autor: AFP Publicado: 08/04/2023 | 10:09 pm
Constituidos en alianza frente a la inflación que encarece el costo de la vida de nuestras ciudadanías, 11 países de América Latina y el Caribe están demostrando que podemos intentar resolver los problemas de alimentación y otros «entre nosotros mismos» como diría, llana y coloquialmente, el presidente de Bolivia, Luis Arce… Si tenemos la voluntad política para hacerlo.
Un académico quizá apunte técnicamente que es imposible reducir aranceles y revertir otros mecanismos establecidos por el desorden económico y financiero mundial y el comercio injusto. Lleva razón.
Pero, en tanto llegan el orden y las transacciones comerciales que tomen en cuenta las realidades de cada quien, podemos probar a paliar algunas de nuestras angustias sin esperar por los créditos de los organismos financieros internacionales, o sus perdones de deuda, o el cumplimiento cabal de lo establecido por la Organización Mundial del Comercio cuando se usa la frase «trato equitativo», que debía tomar en cuenta las asimetrías y promover el desarrollo sostenible. Esos nunca llegan.
El Sur, del cual la Cumbre contra la inflación y por la soberanía alimentaria del miércoles 5 de abril es apenas una representación, no puede cambiar las reglas del juego; pero sus países pueden jugar entre sí con reglas más justas por compensatorias, y acordes con las posibilidades y las necesidades de cada quien. La demandada cooperación Sur-Sur no puede ser solo un emblema.
Obviamente, la causa de la convocatoria realizada por México no tiene que ver solo con la injusticia mundial establecida. Puntualmente, el conflicto entre Rusia y Ucrania y las medidas punitivas del llamado Occidente contra Moscú han puesto lo suyo en la crisis energética y, consecuentemente, en el alza del precio de los alimentos, empujada también por la escasez de fertilizantes y la elevación de las tasas de interés con que los países ricos han querido afrontar el problema.
Un informe de la FAO (Organización de la ONU para la Agricultura y la Alimentación) de enero pasado, afirmaba entonces que el índice de precios de los alimentos había sido, en diciembre anterior, un uno por ciento menor que el mes anterior; pero todavía era una media de 132,4 por ciento superior a los precios registrados durante todo el año 2021.
Según el Banco Mundial, América Latina y el Caribe reportaron una inflación de 7,9 por ciento en 2022 como promedio, aunque el índice muestra cifras disímiles en una nación u otra.
En opinión de la Cepal (Comisión Económica para América Latina y el Caribe), el actual ciclo de aumento en los precios de los alimentos es el más pronunciado de que se tiene registro, y estima que la inseguridad alimentaria ha aumentado en la región más que el promedio mundial.
Y, a pesar de contar con muchos países productores de alimentos, América Latina y el Caribe importan alrededor del 28 por ciento de los productos de la canasta básica, en tanto solo exporta a países del hemisferio occidental, un 9,6 por ciento de los que produce.
La FAO ha alertado que, como resultado de todo ello, este año se registrarán en todo el mundo 300 millones de hambrientos. El hambre, como dijo Lula, no tiene ideología…
Para paliar esas realidades, que adquieren características propias en cada país, y materializar lo que México ha propuesto y apoyaron otras diez naciones de la región, podemos contar con nosotros mismos, y poner sobre la mesa lo que cada quien puede aportar y lo que cada uno requiere, de modo de lograr intercambios bilaterales o de más amplia participación que no dañen ni los compromisos asumidos ya por nuestros países con otros iguales, ni con distintos entes. De eso se trata.
Claro que puede que no baste solo con la decisión de los gobiernos; por eso a la reunión presencial que entrará más en materia, prevista para el 6 y el 7 de mayo en la ciudad-balneario mexicana de Cancún, estarán invitados representantes del empresariado privado y público, y asociaciones de productores. Ellos también deberán dar su respaldo.
Acaso no sea tan difícil, como lo podremos ver con más evidencias en esa cita, para la cual es posible que ya estén listas algunas de las medidas que debe elaborar el Grupo Técnico al que se ha encargado de ello con el propósito, como dice la Declaración emitida al final de la Cumbre virtual, de que el intercambio de productos de la canasta básica y bienes intermedios ocurra en mejores condiciones, y con la prioridad de abaratar los costos de dichos productos para la población más pobre y vulnerable.
Llama felizmente la atención el poder de convocatoria y de respuesta demostrados por una reunión que, como contó el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel, le fue comentada por el convocante Andrés Manuel López Obrador en febrero, y logró concitar, en tan poco tiempo, la atención de 11 países.
Y estimula el hecho de que para lograr sus propósitos se necesite, casi únicamente, la puesta en práctica de los principios de complementariedad y cooperación —y, por qué no, de solidaridad, aunque para algunos ese vocablo tenga tintes más ideológicos— que fueron enunciados por el ALBA desde su fundación por Fidel y Chávez en diciembre de 2004.
Ello demuestra la validez de los atributos que proclama la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América, aunque para ponerlos en práctica no haya que pertenecer a ella.
Si la experiencia, como se espera, es fructífera, y se expande al resto de los países miembros de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, como se proponen los hacedores de la iniciativa, nuestra región habrá avanzado un poco más en pos del bienestar de nuestros pueblos, y se habrán dado nuevos pasos hacia la integración.